martes, 21 de febrero de 2012

La Leyenda del cerro embrujado


Eladio Armijos, era un niño flaco, extrovertido, que vivía en “Bolonia” un caserío ubicado a corta distancia del cerro Villonaco. Estudiaba en  una  escuela de la ciudad, al igual que otro niño que habitaba en ese sitio. Su recorrido habitual para llegar a ella era sacrificado, salían  a las seis de la mañana, de sus respectivos hogares, llevando mucha prisa, siendo  los primeros en llegar a la escuela.  La doble  jornada de estudio, finalizaba a las seis de la tarde. Entonces  al toque final de la campana, los dos chicos  abandonaban  apresuradamente la escuela. Sus pies descalzos acostumbrados a la dureza del camino daban acelerados pasos, les urgía llegar pronto a sus  hogares, antes que oscurezca.
 Este  comportamiento inusual  de los muchachos, no paso desapercibido  por su profesor, un gentil hombre que  con paciencia les inquirió de su raro proceder. Por su parte los pequeños  le solicitaron anhelantes, que los envíe con anticipación a  sus casas, antes de que empiece a caer la noche. por que sentían angustia y  temor de  encontrarse en las inmediaciones  de este cerro con alguna malvada   bruja o con algún horrible “duende” que  supuestamente merodeaban por estos  parajes oscuros y solitarios, al acecho  para   atacar   algún  incauto.
  Los ingenuos niños estaban impresionados y confundidos, porque hace una semana atrás, se habían enterado de un hecho diabólico narrado por sus abuelos, que sucedió hace muchos años, en la cima de este Cerro. El profesor Pompilio Jaramillo también había  escuchado ésta leyenda y resuelto a esclarecer la verdad,  para que sus  alumnos  descarten temores infundados    les contó, aquello que sucedió hace muchos años atrás.
 “El  cerro Villonaco  es el monte mas alto de  la hoya de Loja.  Se destaca  imponente  como un  vigía  de la bella ciudad,  a la distancia  se lo observa de  un matiz azul grisáceo, dando  la  apariencia de estar envuelto en un tenue manto de humo.
En épocas pretéritas, su aspecto exterior fue  diferente a lo que es hoy, como  lo atestiguaban nuestros abuelos, así lo  explicaba el maestro y  luego de hacer una pausa para tomar aliento continuó narrando: “ Nuestros ancestros cuentan que este  cerro  estuvo,  cubierto  íntegramente de exuberante vegetación, desde su   cima hasta su base y todo su derredor.  Al pie del cerro, en la planicie  existían  muchos huertos, aquí se cosechaban abundantes legumbres, hortalizas y frescas frutas, pues la lluvia siempre estaba presente y las plagas de los cultivos jamás se manifestaban.
 La  cima del cerro, durante todo el  año, permanecía envuelta  por   densas  nubes, como tratando de ocultar  “algo” especial, pues en una concavidad del terreno, existía una laguna natural, de diáfanas aguas, que se alimentaba de un manantial  subterráneo  y  en  ella los crédulos lugareños, siguiendo la costumbre de sus ancestros, arrojaban sobre sus aguas   muchas  ofrendas, en agradecimiento a las lluvias y buenas cosechas.  Inexplicablemente la laguna  empezó a comportarse en forma extraña, sus aguas se agitaban impetuosamente,  formándose  en su centro un gran remolino y se  engullía todos los regalos lanzados. Este insólito cambio de las tranquilas  aguas de la laguna desconcertó  a los lugareños,  nunca había sucedido aquello, sintieron  miedo, de pronto había una fuerza maligna en ella  y jamás se volvieron acercar a este lugar.  Con el pasar del tiempo, atraídos por los comentarios de que algún poder diabólico existía en ésta laguna, llegaron inexplicablemente un grupo de  individuos  a éstos parajes, buscando encontrar un “don especial” en la laguna , aquellos tenían un aspecto espantoso, y vestían  raros ropajes. Nadie supo de donde llegaron,  eran una docena  de brujas y hechiceros, que en  las noches de luna de  los días viernes, se daban cita en este  inhóspito lugar, para solicitar “dones especiales” al príncipe de las tinieblas, que aquí supuestamente moraba.                                                                                 
 Estos entes del mal, fácilmente  trepaban al cerro, subían  apresurados, aparentemente parecía como que  se deslizaban  sobre el aire, alcanzando de inmediato la cima y ordenadamente se   ubicaban   al derredor   de la laguna, iluminada con  antorchas.  Seguidamente    en un improvisado altar de piedra, el “gran vicario” y  su “acólito”, daban  inicio a una  sacrílega “misa negra”, seguida de  interminables letanías y cánticos  blasfemos. Para concluir con este ritual, se  sacrificaban gallos  y borregos vivos,  degollándolos brutalmente, y la sangre de estos animales era esparcida en el altar y restregada sobre el dorso y rostro de cada siervo.  Terminada ésta ceremonia bestial, los súbditos de Satán, se agitaban ansiosos  y elevando  los brazos en alto  invocaban a grandes voces la presencia de su amo y señor del mal. De pronto  en medio de la algarabía, se escuchó un estruendo y el ambiente se saturó de un asfixiante gas de olor fétido  similar a  “huevos podridos”  y  a través de ese espeso humo pútrido surgía “de la nada”,  un espectro  de gran tamaño con   apariencia  espantosa, igual a un enorme macho cabrío de   grandes cuernos, con ojos llameantes como brasas ardientes que centelleaban en la noche y el  cuerpo totalmente negro como el hollín. Colocándose en  posición erguida frente a sus siervos, agitaba su enorme testa y gruñía dominante, exhalando por el hocico un pestilente humo negro. Inmediatamente los vasallos de Belcebú en actitud  reverente,  uno tras otro  iban acercándose hacia aquél, y le estampaban   un beso impúdico sobre  el apestoso trasero, para con ello  recibir a cambio, un “don” maligno. Consumada la ceremonia de alabanza y sumisión, a vista y paciencia  del vicario y sus siervos  este espectro del mal,  se esfumaba  del altar, tal cual  como surgió, de “la nada”, causando  un atronador ruido como de muchas aguas.
Terminado este instante sorprendente, y terrorífico, se armaba una gran orgía bestial   entre brujas y hechiceros  que llegaba al clímax, y  elevando su voz  todos gritaban  agradecidos por los “dones” recibidos de su amo y señor del mal. Especialmente las mujeres, excitadas se desprendían de   sus vestimentas y totalmente  desnudas, colocaban   entre sus piernas  toscas escobas y repitiendo a unísono ésta oración blasfema: “De palo en palo de viga en viga sin Dios y Santa María”, empezaban a  elevarse y volar en círculos concéntricos a gran altura por todo el perímetro del  cerro y sus alrededores. Por su parte  los hechiceros hacían gala de su poder “especial”  y con mucha habilidad  se transformaban en horribles y repugnantes animales  a su antojo.
Los caminantes y lugareños, que transitaban por estos senderos aledaños al cerro, muchas veces  en las noches de  luna llena, se toparon con estos seres  repugnantes que  reptaban    por el suelo, y otros que revoleteaban por el aire con apariencia de enormes murciélagos negros, emitiendo aterradores  chillidos  y diabólicas carcajadas que se perdían con su eco hasta muy cerca de la laguna.
Estos aquelarres o reuniones de brujas y hechiceros  que se efectuaban habitualmente,  en este  “manantial”,   tenían aterrados a  los habitantes   de esta zona, por ello  decidieron poner en conocimiento de estas prácticas     diabólicas  al obispo de la diócesis.
 En una de aquellas  homilías  el reverendo sacerdote,   preocupado por los hechos que se estaban dando en el cerro, dio conocer del asunto a sus feligreses:   -¡Hermanos míos, quiero que escuchen con atención!  Expresó enérgico el obispo  y luego continuó diciendo: -¡Me enterado por fuentes fidedignas  que en  la laguna del  cerro, un grupo de fanáticos adoradores de Satanás, hacen invocaciones todos los fines de semana,  para recibir “ dones malignos”  y luego arman gran barullo toda la noche y madrugada, causando pánico en los moradores que habitan por estos sitios . También tengo conocimiento,  que  sus  animales domésticos se están muriendo y que sus cultivos están llenos de plagas, debido a que  estos  “engendros del mal”   están hechizando con sus conjuros  todo lo que ven y tocan , además   las    personas   que  se niegan a ser  parte  de su cofradía  y  no entregan   ofrendas  a la laguna, han sido  amenazados con ocasionarles raras enfermedades . Por ello queridos hermanos  alguien debe detenerlos, y espero que Dios con su gracia infinita,  nos dé una respuesta a nuestro pedido ,  nos ilumine y guié  de la  manera  mas correcta  para  proceder a expulsarlos definitivamente ”  ¡he dicho¡-  concluyo el sacerdote.
 Poco a poco  la feligresía abandonaban la iglesia catedral, todos estaban preocupados por esta situación y no había ninguna forma de detener el mal  que empezaba a extenderse hasta los limites de la ciudad.
Fue  Horacio, el abuelo del niño  Eladio,  quien muchos  años atrás, dio la pauta a este dilema, pues  de niño, fue muy inquieto y perspicaz, que con sus travesuras sacaba de quicio a su madre. En cierta ocasión jugaba con una enorme rana, y por accidente  se le cayó  dentro de un hoyo profundo, por más que  intentaba sacar al animal, con ayuda de palos  u otros  objetos, fue imposible.    Meditó un rato y decidió llenar con agua el agujero, esperando que el pequeño anfibio flote a hacia la superficie, más bien este se zambulló a la profundidad, sin lograr su propósito. Entonces  esta vez decide echarle, porciones de tierra al interior del hoyo, y así el agua empezó a rebalsar y derramarse por sus costados y la rana emergió  a la superficie  y  de esa manera el   hoyo quedó  cubierto  con tierra,  y  rescatado el animal. Muy feliz el chico llegó a su casa llevando su mascota entre sus manos y relató  a su madre la manera como la había recuperado.  La madre escuchó  con atención  la  narración del chico,  y permaneció largo rato  cavilando y se dijo para sí, ojalá esto se pudiera hacer en la laguna embrujada.
Los pobladores  de esta pequeña ciudad estaban angustiados, por este  suceso por demás conocido y sentían  temor   que “el mal  de ojo” avance  hasta sus  hogares y afecte  a  sus niños y mascotas.  Doña Ludovica  una fornida  mujer, muy creyente en Dios y en la Santísima Virgen del Cisne,  incitó  a un grupo de señoras,   para  reunirse a conversar con  el obispo y  tomar alguna decisión.
Muy complacido el obispo recibió a las damas y les consultó la manera de cómo se podría proceder ante este dilema y acabar de desalojar para siempre a éstos intrusos.
-¿Que hacemos señoras  mías?  -¿Denme una idea clara para poder actuar?   Interrogó  el representante de Dios. Entonces  tomó la palabra  Doña Carmela,  madre del niño  Horacio y  propuso  a los presentes, que  primeramente había que   destruir de inmediato  la  laguna encantada.   Para ello sugirió que  se debía secarla  totalmente, arrojando sobre ella gran cantidad de tierra o piedras, para  expulsar  al “maleficio”  que estaba radicado en este lugar. La idea  propuesta, por Carmela, fue aceptada, con beneplácito  por todos, y ese mismo día por la  noche,  en misa de siete, el cura habló categórico a la feligresía:
 - ¡Hijos  míos!   -¡Os solicito la colaboración de cada uno de ustedes y  su familia,  para  mañana, que es “viernes  santo”, muy de  madrugada, todos trepemos  a la cima del cerro, llevando consigo una piedra de regular tamaño! – Hizo una pausa y prosiguió- -¡Yo mismo en persona iré con ustedes, para arrojar las piedras necesarias en el interior de la laguna! - concluyó diciendo-.
 Fue así, que apenas rayó el  nuevo día, cientos  de fieles “católicos, apostólicos y romanos” de toda edad, y de cualquier sexo o posición social, formando una enorme hilera similar a la de las hormigas obreras, llevaban sobre su hombro o en su regazo una piedra de regular tamaño, dejando a lado la fatiga o el cansancio.  Después de un arduo recorrido   de  algunas  horas, la muchedumbre coronaba la cima de la montaña y uno tras de otro  arrojaban las piedras en el lecho de la laguna, que al descender al  fondo,  chocaban entre sí, produciendo  un ruido sordo que retumbaba a cada momento. Todo el transcurso  de ese   memorable día de  viernes santo, la gente  de esta villa acarreo miles de miles de piedras.  Fue tal la cantidad de piedras arrojadas en su lecho, que  provocó que el agua rebalse y  se  derrame por sus bordes, produciendo un  gran torrente, que  arrastró lodo y árboles por un  costado del cerro, y así la laguna quedó totalmente taponada y seca. Luego cumplido con esta faena, el Obispo de la Diócesis, realizó una misa de acción gracias, en este lugar, y procedió a exorcizar a la antes laguna,  mediante oraciones al altísimo y bendiciendo el lugar con  agua bendita, solo  así se expulsó  de estos parajes,  el maleficio  reinante y finalmente como medida  de protección del sector,  hizo fabricar una enorme  cruz  de madera y la colocó en la cúspide del cerro   y ahí permaneció por muchos años. Desde aquel  memorable día de peregrinación, aquellos  siervos del mal se “evaporaron” de la misma manera como “emergieron” y   la paz  reinó para siempre en sus  alrededores.
El exuberante verdor del cerro, inexplicablemente  se fue consumiendo y despareció, también aquellas  espesas nubes que cubrían la cima  se disiparon, dejando a la vista su cima  desnuda de vegetación, y con esta apariencia   a permanecido  hasta nuestros días.
Las aguas que se desbordaron de aquella laguna,   bajaron como un torrente y se depositaron en un declive del terreno al pie del  cerro, formándose una pequeña laguna llamada, el Jarygan que en quechua significan “Tú macho”, cuyas aguas dormidas son templadas, que invitan a un gran chapuzón, pero sus aguas son traicioneras, ya algunos incautos bañistas han sido tragados. “Aguas mansas aguas traicioneras “solía decir mi abuelo,  y así terminó su relato el profesor.
 El niño Eladio Armijos y su amigo albino Alberto Shingre, por fin conocieron la verdad, de labios de su veterano profesor y  así se disiparon sus temores y jamás  volvieron a llegar  a la escuela  con  supuestas   huellas de dientes y moretones  en sus brazos, producto de las  “mordidas del muerto”, ni  “ojeados “por ancianas de apariencia grotesca. Imputando de estos maleficios  a las brujas del Cerro, porque  supuestamente los perseguían  en las noches por ser descendientes directos de aquellos que  contribuyeron  en su destrucción. Y así trascurrió el tiempo y estos muchachos pudieron concluir  sin ningún contratiempo su instrucción primaria en aquella escuelita de barrio pobre, dejando tras de sí un endeble recuerdo, que  se ha perdido en el olvido.
“La paz del alma, es la mayor riqueza”

FIN
 
Sibilino
                                                  Fabricio Ochoa T.      
18 de Mayo del 2004
                                                                                                   

El Emisario del mal


Matilda encontró a su esposo en el pequeño corredor de su rústica vivienda, sentado en el tronco de  guachapelí, ahí ambos permanecieron descansando por varias horas, haciendo planes para el hogar que acababan de constituir.  Ya habían transcurrido los primeros meses de una prolongada luna de miel y anhelaban el nacimiento de un niño para completar la inmensa felicidad que Dios les había prodigado. Aparentemente nada  perecía faltar en  ese hogar, a pesar de la paupérrima situación económica que rodeaba sus vidas y sin las comodidades que el dinero puede dar, eran inmensamente felices.
A duras penas habían logrado construir su  casita, de paredes de  caña guadua, con techado de zinc, constituida por una sola habitación, separando con biombos de papel, el dormitorio y un pequeño recibidor, la cocina con fogón ocupaba un rincón del cuarto, cuyo fuego animaban con leña o carbón.
Parecía que el amor y la comprensión habían anidado aquí, en éste humilde hogar.
Obsesionada con la idea de concebir un bebé, Matilda se comportaba muy cariñosa a la hora de dormir, con voz suave susurraba al oído de su esposo de tener lo más pronto un bebé.
¡No te apures mi negrita! ¡Que pronto llegará!
¡Con el dinero que  ahorrado, he decidido comprar herramientas, porque necesito para mi trabajo! - Le insinuaba reiteradamente su esposo.
Tras año y medio de matrimonio y aún no había concepción de ese hijo deseado, la joven madre se desesperaba sin saber que hacer. En las noches soñaba con un precioso niño que descendía del cielo, era de piel canela y robusto como su abuelo Julián, también lo soñaba hecho un jovencito, convertido en militar.
Pasaba largas noches en vigilia, con sus enormes ojos negros mirando al infinito, esperando encontrar respuesta a su preocupación.  Palabras como éstas daban vuelta en su cabeza: ¡Yo creo que  tengo la matriz seca, por eso no puedo embarazarme!
Una madrugada fría de Abril, llovía torrencialmente con truenos y relámpagos, a fuera de la humilde covacha el fuerte viento silbaba por entre las paredes de caña y las desvencijadas planchas de zinc, se agitaban violentamente como presagiando algo que iba a ocurrir.
De pronto la lluvia cesó, y la calma llegó transformando la negra noche en una paz sepulcral.
Unos endebles golpes sonaron, al interior de la vivienda y al abrir la puerta Matilda observó, anonadada, sobre el piso húmedo, una bola sucia de pelos hirsutos que gemía lastimeramente, se trataba de un pequeño gato. Al acto se inclinó y tomó en sus brazos al pequeño e indefenso felino y tras asearlo con ternura maternal, le prodigó comida y abrigo.
Con un susurro tierno al oído despertó a su esposo, y le contó lo que había sucedido.
El  deseo de quedarse con el gatito surgió como un pensamiento  natural y aunque para el esposo, ésta pretensión  no fue de su  agrado, no obstante, venció la insistencia de la adorable esposa.
Pasaron las semanas y los meses y el pequeño animal llegó a constituirse como  parte de la vida de los jóvenes esposos. Poco a poco  fue creciendo hasta convertirse en un gato adulto inofensivo, durante el día dormía plácidamente al lado del fogón y en las noches salía a deambular husmeando en las casas de la vecindad, buscando “algo”,  algunas mujeres lo vieron a la luz maravillosa de la luna maullando horriblemente. Ya cuando amanecía volvía al hogar y se acostaba muy tranquilo al lado del caliente fogón.
De pronto los disgustos y las riñas empezaron a manchar la felicidad reinante en el hogar. Todo empezó porque un día Carlos encontró pelos, excrementos y tierra en la sopa, durante el almuerzo. Disgustado reclamó:
-          ¡Mujer, tendrás cuidado cuando vuelvas a cocinar!   ¡Encontré porquerías en la sopa!
La historia de los pelos y tierra en el plato de sopa, volvió a repetirse al día siguiente y los subsiguientes días,  acrecentando la inconformidad del esposo. Surgieron disgustos mayores, los insultos y las ofensas de palabra y obra eran a diario.
El hogar se convirtió en un verdadero infierno, ya no había el respeto mutuo del uno para el otro.
Matilda estaba confundida no lograba entender que estaba sucediendo, en su hogar y no sabía qué hacer, ni a quién recurrir por ayuda,  el amor inmenso que había sentido por su esposo se fue transformando, poco a poco, en un odio profundo, sobre todo porque los celos enfermizos de él la hizo víctima de una traición inexistente. Sin embargo, Carlos, estaba dispuesto a descubrirla  a como dé lugar. Entre tanto el gato malévolo, causante de tanto daño, ahí junto al fogón fingía dormir, y al rato  disimuladamente abría sus diabólicos ojos para observar a su alrededor y se complacía con el sufrimiento de la pareja.
Cierta mañana Carlos intrigado por esta  situación, tomó las herramientas y salió a su trabajo. La idea de la traición rondaba por su mente, trastornando sus sentidos, caminó unos doscientos metros  y optó por regresar, estaba cegado por los celos y dispuesto a descubrir al objeto de tamaña ofensa. Sigilosamente  y sin ser visto por su esposa, se situó tras de la casa y a través de un hueco horadado en la pared vigiló los movimientos de Matilda, esperando que alguien  llegara.
Las horas pasaron lentamente, estaba cansado de esperar, y desde aquel sitio incómodo atisbó durante varias horas esperando al intruso. A eso de las once de la mañana, vio como su esposa preparaba el almuerzo con absoluta pulcritud, limpió la mesita pequeña del humilde comedor y observó que los platos de sopa servidos estaban “sin porquerías”  y dispuestos  en el lugar apropiado. La hacendosa esposa, considerando que todo estaba listo y en  orden, en ese preciso instante miró por la ventana hacia el cielo y comprobó que el astro rey estaba bien alto en el cenit, entonces dedujo  que era mediodía. Satisfecha del trabajo cumplido, salió de la cocina y se condujo al pequeño corredor y  se sentó en el tronco de guachapelí con la intención de esperar la llegada de su esposo.
Carlos por su parte, escondido detrás de la casa, estaba expectante  a todos los hechos que sucedían a su alrededor, cuando de pronto escuchó un ruido extraño, que provenía de la cocina, de inmediato concentra sus sentidos y observa con estupor, que el “inofensivo” gato de la casa, después de raspar con sus garras varias veces  el suelo, se subía  a la mesa y colocaba  tierra, pelos y para colmo de la desvergüenza se defecaba en los platos de comida, luego disimuladamente, fingiendo no haber hecho nada malo, volvía al mismo sitio donde frecuentemente dormía, el fogón.
El esposo grita  indignado, por lo que acaba de ver, de inmediato sale de su escondite y corre a la bodega   donde tiene las herramientas,  toma un machete y  luego se dirige a prisa  a la cocina,  dispuesto a matar al  endemoniado gato. El grito lo escucha la joven mujer, y acude asustada a ver que sucede y encuentra al sujeto muy iracundo, blandiendo el machete en alto dispuesto a asestar un tajo mortal, entonces  muy aterrorizada, le dice al esposo que nada ha hecho de malo y le suplica:
— ¡Por favor no me mates!  ¡Ten piedad de mí!
El hombre le dice: - ¡Apártate mujer! ¡Tú no eres la culpable,  he logrado descubrir, quien es el  verdadero causante de nuestros males¡
Levantando el filoso machete lanza un fuerte tajo que  desgraciadamente no da en el blanco esperado.  Se escucha un maullido  desgarrador y la bestia herida y ensangrentada huye asustada, por entre la maleza,  llevando  una oreja mutilada.
Los jóvenes esposos se abrazaron enternecidos y con lágrimas en los ojos, mutuamente se piden perdón, por el daño que se habían causado. Ese mismo momento abandonaron  aquella casa y se marcharon muy lejos de esa región.
Algunos vecinos, ora ancianos, que aún viven en estos  parajes, cuentan que en las noches de luna llena, han visto un enorme gato negro, oreja “cortada”, que merodea los hogares  donde hay armonía y felicidad, esperando  una  oportunidad para ingresar a las viviendas y causar  odio y discordia a los  que habitan en ellas,  ya que esa es su malévola misión.
Desde entonces los moradores  de este lugar cierran bien las puertas  y ventanas para impedir que este diabólico animal   entre a sus hogares a engendrar el mal.
“No  te fíes de aquellos que aparentan compasión, porque muchas de las veces son lobos disfrazados de ovejas, dispuestos a causarte daño”

FIN

Dr. Fabricio Ochoa Toledo
Pseudónimo: Sibilino

lunes, 20 de febrero de 2012

La Fiestera de Carcaguabal

        
Con el canto insistente del gallo, Tomaza despertó. La luz del naciente día, filtrada por las hendijas de las paredes de caña, le permitieron advertir que  eran  las seis aproximadamente. Con un profundo bostezo se incorpora, rápidamente, limpia con la mano izquierda las lagañas de sus grandes ojos, se estira antes de hacer algunas insinuaciones al oído sordo de su esposo. Decepcionada por la indiferencia del hombre, por quien se obligó a cambiar una vida desordenada, para ser una madre hogareña, modelo de esposa, entre dientes masculla algunas maldiciones y se apresta al arreglo de la casa, para la celebración del día de su onomástico. De un sacudón despertó al dormilón inerte, al tiempo que profirió la más grave ofensa:
  _ ¡Levántate inservible…..Ojala puedas pelar la chiva, para preparar el seco a los invitados!
Es día de fiesta en la casa de Tomaza Honores, la mujer mas dinámica de la comarca de Carcaguabal, el arreglo de la casa y los preparativos de la misma iban como  “viento en popa.”
A eso de las nueve de la noche, todo estaba listo, para  festejar  a la “Santa”. El  olor a seco de chivo trascendía en el aire fresco de la noche, la música de una “vitrola” levanta el ánimo de la gente, una mezcla de aguardiente con guarapo, deleita el paladar de los invitados, nada parecía faltar. Amigos y vecinos con saludos emocionados y sonrisas a flor de labios felicitaban a la santa.
Tomaza, elegantemente ataviada, correspondía sonriendo las atenciones de los invitados que llegaron desde todos los puntos cardinales  de la gran comarca de Carcaguabal. Pero algo  estaba  faltando, por que entre  sus  amigas y compañeras de andazas juveniles, no estaba  Lucrecia, mujer muy popular, infaltable en fiestas y parrandas,
De pronto, en medio de la algarabía reinante de la muchedumbre campirana, advirtieron entre los destellos de una lámpara “petromax”, la silueta de una criatura deslumbrante, que al acercarse dio forma a una mujer hermosa, muy elegante, que traía  su delicada  espalda cubierta con un gran pañuelo negro:

_! Ahí viene Lucrecia….Si, Si… ¡Es ella… ¡Ahora comienza la fiesta! 

Exclamaron los invitados, con una explosión de júbilo, que corrió en la muchedumbre como un reguero de pólvora.
La fama inigualable de Lucrecia traspaso los limites de la Comarca de Carcaguabal.  Pues desde el vecino país, y de recintos muy alejados, llegaban emisarios con esquelas, solicitando su participación en las fiestas más ruidosas de la Región.  Nadie como ella para mover las caderas, cuando bailaba era una verdadera atracción. Animaba las fiestas hasta no poder, era tal su energía, inagotable.
Hasta el ser más indiferente dejaba escapar un suspiro silencioso al verla, mientras las miradas libidinosas la acechaban por doquiera se condujera.
Quien estaba pendiente hasta el mínimo detalle de la atractiva mujer era Galfri, profesor de un escuelita  cercana, hombre entrado en años, de aspecto sombrío, con buena fama de chismoso y metiche en la vida del prójimo. Se jactaba de ser el mejor amigo de sus padres, y de conocerla desde el día de su nacimiento y sostenía que a más de guapa y alegre era la mujer más bondadosa que existía a lo largo y ancho del cordón fronterizo, fue quien contribuyó a popularizar sus virtudes. En esta ocasión, notó algo inusual, en ella, al verla tan alborotada en esta fiesta.
_ ¡Nunca la he visto tan alegre….¿Será acaso la última de sus farras? Se dijo entre sí, como que presentía alguna desgracia.
Así era Lucrecia Garcés, una mujer irresistible. Su belleza aunque deslustrada por el paso de los años, expresaba un espíritu con aires de fiesta, muy alegre y amiga de grandes y chicos.  Se decía de ella que jamás escatimaba esfuerzo alguno para asistir a la invitación de una fiesta y que convertía en fiestón  la mínima expresión de alegría de los vecinos. Muchos la escucharon  decir: ¡Que a una fiesta, vendría,  si fuera posible desde el mismo infierno! El baile era su vida, su vicio, como el drogadicto no puede vivir sin la droga. Con su espíritu indomable desafiaba  grandes distancias y peligrosos caminos solitarios, para llegar a sus citas.
De vida tan desordenada a pesar de ser mujer casada, con cuatro niños que atender, el último de ellos, de apenas dos meses , que requería tanto su atención, a quienes siempre dejó al cuidado de su esposo. Jamás  cumplía sus obligaciones  de esposa y madre, en cierta oportunidad  la oyeron decir con jactancia: “Que ella no había nacido para esos menesteres”.
Anselmo, su esposo, era un hombre extremadamente bueno, corto de ánimo, no alzaba la voz, por temor a causarle algún desaire a su querida mujer. Nunca reprochaba sus constantes salidas de casa en las noches, ni las veces que llegaba ebria  al siguiente día. El pobre hombre se pasaba, noches  enteras junto a sus hijos esperando su retorno, y así, con tristeza, veía  transcurrir el tiempo, sin que haya una esperanza de cambio a su  conducta..
El calendario romano señalaba, al día 28 de Diciembre, como el día de Santo Tomas. La celebración de esta festividad tendría, lugar en la casa de Tomacita  Honores, hasta donde se llegaba por un camino escabroso, rodeado de añejos algarrobos, poco utilizado en las noches, debido a la oscuridad reinante y a la presencia de fantasmas y seres malignos. Los  invitados en su mayoría tomaron la precaución de aprovechar la luz del día, para cruzar el puente del “duende”, lugar tétrico y tenebroso, donde con la oscuridad solían concentrarse seres demoníacos de toda índole, entre ellos “Dionisio” el temible duende bailarín, que gustaba tanto del baile, como de las  mujeres bailadoras.
 Ese día 28 de Diciembre, Lucrecia se vistió con el mejor traje, tomó su  ancho pañuelo negro bordado, y se cubrió su dorso. Y antes de partir, dijo a Anselmo que iría de visita a casa de su  amiga Tomacita.
          _ ¡Si no vuelvo pronto, te ruego no preocuparte……Presiento que hoy será un día inolvidable! _  Concluyó casi impelida de emoción por el reencuentro con un amor prohibido..
Caminó desde el medio día, hasta  la caída de de la tarde, sin embargo, llegó a la fiesta descansada, llena de animo predispuesta a festejar a la santa y pasar de maravilla, como solía decir. Al pasar por el viejo puente de madera, con cubierta de teja herrumbrosa, que le daba un aspecto tenebroso. La bella  Lucrecia, aceleró el paso, sintió  cierto temor, se tocó el pecho con su mano derecha, como si tratara de apaciguar a su acelerado corazón. Para entonces la oscuridad ya había vencido a la luz en su lucha ancestral, serian las nueve de la noche. A esa hora la homenajeada salio a su reencuentro a recibirla, y tras ella los montubios de Carcaguabal, abrazaron y avivaron a la recién llegada.
Se encendieron más farolas  y la fiesta empezó. Una vieja  “vitrola” dejaba escapar ritmos alegres populares que incitaban a bailar. Mientras se repartía  aguardiente con guarapo que levantó el ánimo de los invitados. Ya en la madrugada se sirvió el tradicional “seco de chivo”. Los invitados dispuestos en rusticas sillas y largas bancas, exponían en voz alta sus emociones reprimidas, en esos momentos de tanta euforia Lucrecia Garcés con voz firme y segura gritó:
            _ ¡Que viva la santa!..... ! Que viva ¡¡Gritemos todos con gusto,…! ¡Que se reparta más licor y disfrutemos de esta noche de parranda!
Los invitados bebieron y comieron tan solo con las limitaciones de su propia voluntad. Los borrachos tambaleantes alzaban las últimas copas, algunos yacían dormidos sobre mesas y bancas de largo en largo. Solo Lucrecia se mantenía aún en pie, animando la fiesta y avivando a la santita. Entonces se dio cuenta que debía retornar a su hogar. Considerando el peligro de cruzar el puente a esas alturas de la madrugada, Tomaza trató de persuadirla a que no fuera:
                _ ¡No vayas por favor amiga!…..La noche esta muy oscura. No seas imprudente. No hay quien pueda acompañarte… Dicen que en el puente viejo de madera, acecha el duende, esperando a sus victimas
Sin hacer caso a las sugerencias de su amiga entrañable, abandonó el lugar. Caminaba presurosa, un poco tambaleante, por un sendero poco visible, ya que la noche era tan negra que no admitía la visibilidad,  iba acompañada con el ruido estridente y monótono de los grillos desvelados. Caminó varios quilómetros, tropezando y mascullando maldiciones, entonces se acercó  al vetusto puente, al que solo se atrevió a cruzar, envalentonada por los tragos que traía en su cabeza.
El eco de sus tacones se oía a los lejos en el silencio de la noche. De pronto algo vio brillar a poca distancia, eran dos pequeñas luces que venían a su encuentro, sintió miedo, pero el maullido de un gato que emergió del silencio insondable de la noche, la hizo reaccionar.
   __ ¡Pobre gatito! … ¡Te han abandonado! __  dijo __ Lucrecia y en el acto se inclinó para tomar al felino en sus brazos, y luego lo cargó  a sus espaldas y lo  cubrió con el gran pañuelo negro que portaba, tras acariciarlo con ternura maternal. Caminó un largo trecho, disipando sus temores, con el encuentro casual del pequeño animal, sin imaginar lo que sucedería minutos después. La preciosa carga, llevada sobre su delicada espalda, empezó a pesar  cada vez mas, a  medida que aumentaba de tamaño,  entonces la mujer empezó a jadear. De pronto  escuchó una voz infantil que decía:
 __ ¡Mamita ya tengo dientes!..... ¡Mamita ya tengo cachos!... y me están creciendo espuelas
  Luego la mujer escuchó un ruido, tal como si se arrastrara una gran rama por el suelo, y nuevamente escucho la voz infantil que dijo: ¡mamita ya tengo cola!
La fiestera de carcaguabal, sintió que el corazón se le salía del  pecho, las piernas le temblaban y un sudor frió bañaba todo su cuerpo, estaba aterrorizada, enmudecida, con gran dificultad logró balbucear unas palabras:
-          ¡Dios mió ampárame! …! Protégeme del demonio ¡

Al decir estas frases, logró de un sacudón, librarse de la macabra carga. Corría y corría desesperada, perseguida por  el mismísimo demonio. En medio del horror y la desesperación advirtió una gran cruz al costado del camino a la que se aferró con fuerza sobrenatural. El rey de las tinieblas no pudo arrancarla de esa cruz, pese al afán imperioso de llevarla  a su reino infernal, para que allí purgue todos sus pecados.
 Para entonces empezó a clarear el día, y el demonio aún luchaba por arrancarla de la cruz. Al sentirse vencido reventó en maldiciones, lanzó una horrible carcajada y con voz ronca le dijo, mientras desaparecía lentamente dejando en el ambiente un asfixiante olor a Azufre.
 __ ¡Maldita seas mujer ¡  … ¡Tu alma me pertenece y volveré por ti!
 El día aclaró. Los caminantes mañaneros sorprendidos vieron a la rara mujer aferrada a la cruz, sollozando sin consuelo. El sol calentaba la faz de la tierra, Lucrecia aún asustada y aterrorizada, no lograba comprender, como había logrado escapar de las garras del demonio. Se incorporó lentamente y hecho a caminar con ansias de volver pronto al hogar. Por primera vez sintió la necesidad de abrazar a sus hijos y a su esposo.
En la puerta del rancho la esperaban ansiosos, Anselmo y sus cuatro pequeños hijos. De pronto los niños corrieron a su encuentro y fue la primera vez que ella los tomó en sus brazos y expresó, con lágrimas en los ojos el cariño que les profesaba, abrazó también a su esposo y desde el fondo de su alma, pidió perdón por su mal comportamiento. A partir de aquel fatídico día, Lucrecia Garcés se convirtió en la esposa fiel y madre cariñosa, que jamás se vería en la Comarca de Carcaguabal.
Con un suspiro profundo dijo en cierta oportunidad: “Benditas sean las cruces que hay en los caminos, a la memoria de un ser querido fallecido”


                                                     FIN


                                                                              Dr. Fabricio Ochoa T.
                                                                                   AUTOR
                                                         
                                                                             Pseudónimo: SIBILINO