Matilda encontró a
su esposo en el pequeño corredor de su rústica vivienda, sentado en el tronco
de guachapelí, ahí ambos permanecieron descansando
por varias horas, haciendo planes para el hogar que acababan de constituir. Ya habían transcurrido los primeros meses de
una prolongada luna de miel y anhelaban el nacimiento de un niño para completar
la inmensa felicidad que Dios les había prodigado. Aparentemente nada perecía faltar en ese hogar, a pesar de la paupérrima situación
económica que rodeaba sus vidas y sin las comodidades que el dinero puede dar,
eran inmensamente felices.
A duras penas
habían logrado construir su casita, de
paredes de caña guadua, con techado de
zinc, constituida por una sola habitación, separando con biombos de papel, el
dormitorio y un pequeño recibidor, la cocina con fogón ocupaba un rincón del
cuarto, cuyo fuego animaban con leña o carbón.
Parecía que el amor
y la comprensión habían anidado aquí, en éste humilde hogar.
Obsesionada con la
idea de concebir un bebé, Matilda se comportaba muy cariñosa a la hora de
dormir, con voz suave susurraba al oído de su esposo de tener lo más pronto un
bebé.
¡No te apures mi
negrita! ¡Que pronto llegará!
¡Con el dinero que ahorrado, he decidido comprar herramientas, porque
necesito para mi trabajo! - Le insinuaba reiteradamente su esposo.
Tras año y medio de
matrimonio y aún no había concepción de ese hijo deseado, la joven madre se
desesperaba sin saber que hacer. En las noches soñaba con un precioso niño que descendía
del cielo, era de piel canela y robusto como su abuelo Julián, también lo
soñaba hecho un jovencito, convertido en militar.
Pasaba largas
noches en vigilia, con sus enormes ojos negros mirando al infinito, esperando
encontrar respuesta a su preocupación. Palabras
como éstas daban vuelta en su cabeza: ¡Yo creo que tengo la matriz seca, por eso no puedo
embarazarme!
Una madrugada fría
de Abril, llovía torrencialmente con truenos y relámpagos, a fuera de la
humilde covacha el fuerte viento silbaba por entre las paredes de caña y las desvencijadas
planchas de zinc, se agitaban violentamente como presagiando algo que iba a
ocurrir.
De pronto la lluvia
cesó, y la calma llegó transformando la negra noche en una paz sepulcral.
Unos endebles
golpes sonaron, al interior de la vivienda y al abrir la puerta Matilda observó,
anonadada, sobre el piso húmedo, una bola sucia de pelos hirsutos que gemía
lastimeramente, se trataba de un pequeño gato. Al acto se inclinó y tomó en sus
brazos al pequeño e indefenso felino y tras asearlo con ternura maternal, le
prodigó comida y abrigo.
Con un susurro
tierno al oído despertó a su esposo, y le contó lo que había sucedido.
El deseo de quedarse con el gatito surgió como un
pensamiento natural y aunque para el
esposo, ésta pretensión no fue de su agrado, no obstante, venció la insistencia de
la adorable esposa.
Pasaron las semanas
y los meses y el pequeño animal llegó a constituirse como parte de la vida de los jóvenes esposos. Poco
a poco fue creciendo hasta convertirse en
un gato adulto inofensivo, durante el día dormía plácidamente al lado del fogón
y en las noches salía a deambular husmeando en las casas de la vecindad,
buscando “algo”, algunas mujeres lo
vieron a la luz maravillosa de la luna maullando horriblemente. Ya cuando
amanecía volvía al hogar y se acostaba muy tranquilo al lado del caliente
fogón.
De pronto los
disgustos y las riñas empezaron a manchar la felicidad reinante en el hogar.
Todo empezó porque un día Carlos encontró pelos, excrementos y tierra en la
sopa, durante el almuerzo. Disgustado reclamó:
-
¡Mujer, tendrás cuidado cuando
vuelvas a cocinar! ¡Encontré porquerías
en la sopa!
La historia de los
pelos y tierra en el plato de sopa, volvió a repetirse al día siguiente y los
subsiguientes días, acrecentando la
inconformidad del esposo. Surgieron disgustos mayores, los insultos y las
ofensas de palabra y obra eran a diario.
El hogar se
convirtió en un verdadero infierno, ya no había el respeto mutuo del uno para
el otro.
Matilda estaba
confundida no lograba entender que estaba sucediendo, en su hogar y no sabía qué
hacer, ni a quién recurrir por ayuda, el
amor inmenso que había sentido por su esposo se fue transformando, poco a poco,
en un odio profundo, sobre todo porque los celos enfermizos de él la hizo
víctima de una traición inexistente. Sin embargo, Carlos, estaba dispuesto a descubrirla
a como dé lugar. Entre tanto el gato malévolo,
causante de tanto daño, ahí junto al fogón fingía dormir, y al rato disimuladamente abría sus diabólicos ojos para
observar a su alrededor y se complacía con el sufrimiento de la pareja.
Cierta mañana
Carlos intrigado por esta situación,
tomó las herramientas y salió a su trabajo. La idea de la traición rondaba por su
mente, trastornando sus sentidos, caminó unos doscientos metros y optó por regresar, estaba cegado por los
celos y dispuesto a descubrir al objeto de tamaña ofensa. Sigilosamente y sin ser visto por su esposa, se situó tras
de la casa y a través de un hueco horadado en la pared vigiló los movimientos
de Matilda, esperando que alguien llegara.
Las horas pasaron
lentamente, estaba cansado de esperar, y desde aquel sitio incómodo atisbó
durante varias horas esperando al intruso. A eso de las once de la mañana, vio
como su esposa preparaba el almuerzo con absoluta pulcritud, limpió la mesita
pequeña del humilde comedor y observó que los platos de sopa servidos estaban
“sin porquerías” y dispuestos en el lugar apropiado. La hacendosa esposa,
considerando que todo estaba listo y en orden, en ese preciso instante miró por la
ventana hacia el cielo y comprobó que el astro rey estaba bien alto en el cenit,
entonces dedujo que era mediodía.
Satisfecha del trabajo cumplido, salió de la cocina y se condujo al pequeño
corredor y se sentó en el tronco de
guachapelí con la intención de esperar la llegada de su esposo.
Carlos por su
parte, escondido detrás de la casa, estaba expectante a todos los hechos que sucedían a su alrededor,
cuando de pronto escuchó un ruido extraño, que provenía de la cocina, de
inmediato concentra sus sentidos y observa con estupor, que el “inofensivo” gato
de la casa, después de raspar con sus garras varias veces el suelo, se subía a la mesa y colocaba tierra, pelos y para colmo de la desvergüenza
se defecaba en los platos de comida, luego disimuladamente, fingiendo no haber
hecho nada malo, volvía al mismo sitio donde frecuentemente dormía, el fogón.
El esposo grita indignado, por lo que acaba de ver, de
inmediato sale de su escondite y corre a la bodega donde tiene las herramientas, toma un machete y luego se dirige a prisa a la cocina, dispuesto a matar al endemoniado gato. El grito lo escucha la joven
mujer, y acude asustada a ver que sucede y encuentra al sujeto muy iracundo, blandiendo
el machete en alto dispuesto a asestar un tajo mortal, entonces muy aterrorizada, le dice al esposo que nada
ha hecho de malo y le suplica:
— ¡Por favor no me
mates! ¡Ten piedad de mí!
El hombre le dice: -
¡Apártate mujer! ¡Tú no eres la culpable, he logrado descubrir, quien es el verdadero causante de nuestros males¡
Levantando
el filoso machete lanza un fuerte tajo que desgraciadamente no da en el blanco esperado. Se escucha un maullido desgarrador y la bestia herida y ensangrentada
huye asustada, por entre la maleza, llevando una oreja mutilada.
Los jóvenes esposos
se abrazaron enternecidos y con lágrimas en los ojos, mutuamente se piden
perdón, por el daño que se habían causado. Ese mismo momento abandonaron aquella casa y se marcharon muy lejos de esa
región.
Algunos vecinos, ora
ancianos, que aún viven en estos parajes, cuentan que en las noches de luna
llena, han visto un enorme gato negro, oreja “cortada”, que merodea los hogares
donde hay armonía y felicidad, esperando
una oportunidad para ingresar a las viviendas y
causar odio y discordia a los que habitan en ellas, ya que esa es su malévola misión.
Desde entonces los
moradores de este lugar cierran bien las
puertas y ventanas para impedir que este
diabólico animal entre a sus hogares a engendrar el mal.
“No te fíes de aquellos que aparentan compasión,
porque muchas de las veces son lobos disfrazados de ovejas, dispuestos a
causarte daño”
FIN
Dr. Fabricio Ochoa
Toledo
Pseudónimo:
Sibilino
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