martes, 21 de febrero de 2012

La Leyenda del cerro embrujado


Eladio Armijos, era un niño flaco, extrovertido, que vivía en “Bolonia” un caserío ubicado a corta distancia del cerro Villonaco. Estudiaba en  una  escuela de la ciudad, al igual que otro niño que habitaba en ese sitio. Su recorrido habitual para llegar a ella era sacrificado, salían  a las seis de la mañana, de sus respectivos hogares, llevando mucha prisa, siendo  los primeros en llegar a la escuela.  La doble  jornada de estudio, finalizaba a las seis de la tarde. Entonces  al toque final de la campana, los dos chicos  abandonaban  apresuradamente la escuela. Sus pies descalzos acostumbrados a la dureza del camino daban acelerados pasos, les urgía llegar pronto a sus  hogares, antes que oscurezca.
 Este  comportamiento inusual  de los muchachos, no paso desapercibido  por su profesor, un gentil hombre que  con paciencia les inquirió de su raro proceder. Por su parte los pequeños  le solicitaron anhelantes, que los envíe con anticipación a  sus casas, antes de que empiece a caer la noche. por que sentían angustia y  temor de  encontrarse en las inmediaciones  de este cerro con alguna malvada   bruja o con algún horrible “duende” que  supuestamente merodeaban por estos  parajes oscuros y solitarios, al acecho  para   atacar   algún  incauto.
  Los ingenuos niños estaban impresionados y confundidos, porque hace una semana atrás, se habían enterado de un hecho diabólico narrado por sus abuelos, que sucedió hace muchos años, en la cima de este Cerro. El profesor Pompilio Jaramillo también había  escuchado ésta leyenda y resuelto a esclarecer la verdad,  para que sus  alumnos  descarten temores infundados    les contó, aquello que sucedió hace muchos años atrás.
 “El  cerro Villonaco  es el monte mas alto de  la hoya de Loja.  Se destaca  imponente  como un  vigía  de la bella ciudad,  a la distancia  se lo observa de  un matiz azul grisáceo, dando  la  apariencia de estar envuelto en un tenue manto de humo.
En épocas pretéritas, su aspecto exterior fue  diferente a lo que es hoy, como  lo atestiguaban nuestros abuelos, así lo  explicaba el maestro y  luego de hacer una pausa para tomar aliento continuó narrando: “ Nuestros ancestros cuentan que este  cerro  estuvo,  cubierto  íntegramente de exuberante vegetación, desde su   cima hasta su base y todo su derredor.  Al pie del cerro, en la planicie  existían  muchos huertos, aquí se cosechaban abundantes legumbres, hortalizas y frescas frutas, pues la lluvia siempre estaba presente y las plagas de los cultivos jamás se manifestaban.
 La  cima del cerro, durante todo el  año, permanecía envuelta  por   densas  nubes, como tratando de ocultar  “algo” especial, pues en una concavidad del terreno, existía una laguna natural, de diáfanas aguas, que se alimentaba de un manantial  subterráneo  y  en  ella los crédulos lugareños, siguiendo la costumbre de sus ancestros, arrojaban sobre sus aguas   muchas  ofrendas, en agradecimiento a las lluvias y buenas cosechas.  Inexplicablemente la laguna  empezó a comportarse en forma extraña, sus aguas se agitaban impetuosamente,  formándose  en su centro un gran remolino y se  engullía todos los regalos lanzados. Este insólito cambio de las tranquilas  aguas de la laguna desconcertó  a los lugareños,  nunca había sucedido aquello, sintieron  miedo, de pronto había una fuerza maligna en ella  y jamás se volvieron acercar a este lugar.  Con el pasar del tiempo, atraídos por los comentarios de que algún poder diabólico existía en ésta laguna, llegaron inexplicablemente un grupo de  individuos  a éstos parajes, buscando encontrar un “don especial” en la laguna , aquellos tenían un aspecto espantoso, y vestían  raros ropajes. Nadie supo de donde llegaron,  eran una docena  de brujas y hechiceros, que en  las noches de luna de  los días viernes, se daban cita en este  inhóspito lugar, para solicitar “dones especiales” al príncipe de las tinieblas, que aquí supuestamente moraba.                                                                                 
 Estos entes del mal, fácilmente  trepaban al cerro, subían  apresurados, aparentemente parecía como que  se deslizaban  sobre el aire, alcanzando de inmediato la cima y ordenadamente se   ubicaban   al derredor   de la laguna, iluminada con  antorchas.  Seguidamente    en un improvisado altar de piedra, el “gran vicario” y  su “acólito”, daban  inicio a una  sacrílega “misa negra”, seguida de  interminables letanías y cánticos  blasfemos. Para concluir con este ritual, se  sacrificaban gallos  y borregos vivos,  degollándolos brutalmente, y la sangre de estos animales era esparcida en el altar y restregada sobre el dorso y rostro de cada siervo.  Terminada ésta ceremonia bestial, los súbditos de Satán, se agitaban ansiosos  y elevando  los brazos en alto  invocaban a grandes voces la presencia de su amo y señor del mal. De pronto  en medio de la algarabía, se escuchó un estruendo y el ambiente se saturó de un asfixiante gas de olor fétido  similar a  “huevos podridos”  y  a través de ese espeso humo pútrido surgía “de la nada”,  un espectro  de gran tamaño con   apariencia  espantosa, igual a un enorme macho cabrío de   grandes cuernos, con ojos llameantes como brasas ardientes que centelleaban en la noche y el  cuerpo totalmente negro como el hollín. Colocándose en  posición erguida frente a sus siervos, agitaba su enorme testa y gruñía dominante, exhalando por el hocico un pestilente humo negro. Inmediatamente los vasallos de Belcebú en actitud  reverente,  uno tras otro  iban acercándose hacia aquél, y le estampaban   un beso impúdico sobre  el apestoso trasero, para con ello  recibir a cambio, un “don” maligno. Consumada la ceremonia de alabanza y sumisión, a vista y paciencia  del vicario y sus siervos  este espectro del mal,  se esfumaba  del altar, tal cual  como surgió, de “la nada”, causando  un atronador ruido como de muchas aguas.
Terminado este instante sorprendente, y terrorífico, se armaba una gran orgía bestial   entre brujas y hechiceros  que llegaba al clímax, y  elevando su voz  todos gritaban  agradecidos por los “dones” recibidos de su amo y señor del mal. Especialmente las mujeres, excitadas se desprendían de   sus vestimentas y totalmente  desnudas, colocaban   entre sus piernas  toscas escobas y repitiendo a unísono ésta oración blasfema: “De palo en palo de viga en viga sin Dios y Santa María”, empezaban a  elevarse y volar en círculos concéntricos a gran altura por todo el perímetro del  cerro y sus alrededores. Por su parte  los hechiceros hacían gala de su poder “especial”  y con mucha habilidad  se transformaban en horribles y repugnantes animales  a su antojo.
Los caminantes y lugareños, que transitaban por estos senderos aledaños al cerro, muchas veces  en las noches de  luna llena, se toparon con estos seres  repugnantes que  reptaban    por el suelo, y otros que revoleteaban por el aire con apariencia de enormes murciélagos negros, emitiendo aterradores  chillidos  y diabólicas carcajadas que se perdían con su eco hasta muy cerca de la laguna.
Estos aquelarres o reuniones de brujas y hechiceros  que se efectuaban habitualmente,  en este  “manantial”,   tenían aterrados a  los habitantes   de esta zona, por ello  decidieron poner en conocimiento de estas prácticas     diabólicas  al obispo de la diócesis.
 En una de aquellas  homilías  el reverendo sacerdote,   preocupado por los hechos que se estaban dando en el cerro, dio conocer del asunto a sus feligreses:   -¡Hermanos míos, quiero que escuchen con atención!  Expresó enérgico el obispo  y luego continuó diciendo: -¡Me enterado por fuentes fidedignas  que en  la laguna del  cerro, un grupo de fanáticos adoradores de Satanás, hacen invocaciones todos los fines de semana,  para recibir “ dones malignos”  y luego arman gran barullo toda la noche y madrugada, causando pánico en los moradores que habitan por estos sitios . También tengo conocimiento,  que  sus  animales domésticos se están muriendo y que sus cultivos están llenos de plagas, debido a que  estos  “engendros del mal”   están hechizando con sus conjuros  todo lo que ven y tocan , además   las    personas   que  se niegan a ser  parte  de su cofradía  y  no entregan   ofrendas  a la laguna, han sido  amenazados con ocasionarles raras enfermedades . Por ello queridos hermanos  alguien debe detenerlos, y espero que Dios con su gracia infinita,  nos dé una respuesta a nuestro pedido ,  nos ilumine y guié  de la  manera  mas correcta  para  proceder a expulsarlos definitivamente ”  ¡he dicho¡-  concluyo el sacerdote.
 Poco a poco  la feligresía abandonaban la iglesia catedral, todos estaban preocupados por esta situación y no había ninguna forma de detener el mal  que empezaba a extenderse hasta los limites de la ciudad.
Fue  Horacio, el abuelo del niño  Eladio,  quien muchos  años atrás, dio la pauta a este dilema, pues  de niño, fue muy inquieto y perspicaz, que con sus travesuras sacaba de quicio a su madre. En cierta ocasión jugaba con una enorme rana, y por accidente  se le cayó  dentro de un hoyo profundo, por más que  intentaba sacar al animal, con ayuda de palos  u otros  objetos, fue imposible.    Meditó un rato y decidió llenar con agua el agujero, esperando que el pequeño anfibio flote a hacia la superficie, más bien este se zambulló a la profundidad, sin lograr su propósito. Entonces  esta vez decide echarle, porciones de tierra al interior del hoyo, y así el agua empezó a rebalsar y derramarse por sus costados y la rana emergió  a la superficie  y  de esa manera el   hoyo quedó  cubierto  con tierra,  y  rescatado el animal. Muy feliz el chico llegó a su casa llevando su mascota entre sus manos y relató  a su madre la manera como la había recuperado.  La madre escuchó  con atención  la  narración del chico,  y permaneció largo rato  cavilando y se dijo para sí, ojalá esto se pudiera hacer en la laguna embrujada.
Los pobladores  de esta pequeña ciudad estaban angustiados, por este  suceso por demás conocido y sentían  temor   que “el mal  de ojo” avance  hasta sus  hogares y afecte  a  sus niños y mascotas.  Doña Ludovica  una fornida  mujer, muy creyente en Dios y en la Santísima Virgen del Cisne,  incitó  a un grupo de señoras,   para  reunirse a conversar con  el obispo y  tomar alguna decisión.
Muy complacido el obispo recibió a las damas y les consultó la manera de cómo se podría proceder ante este dilema y acabar de desalojar para siempre a éstos intrusos.
-¿Que hacemos señoras  mías?  -¿Denme una idea clara para poder actuar?   Interrogó  el representante de Dios. Entonces  tomó la palabra  Doña Carmela,  madre del niño  Horacio y  propuso  a los presentes, que  primeramente había que   destruir de inmediato  la  laguna encantada.   Para ello sugirió que  se debía secarla  totalmente, arrojando sobre ella gran cantidad de tierra o piedras, para  expulsar  al “maleficio”  que estaba radicado en este lugar. La idea  propuesta, por Carmela, fue aceptada, con beneplácito  por todos, y ese mismo día por la  noche,  en misa de siete, el cura habló categórico a la feligresía:
 - ¡Hijos  míos!   -¡Os solicito la colaboración de cada uno de ustedes y  su familia,  para  mañana, que es “viernes  santo”, muy de  madrugada, todos trepemos  a la cima del cerro, llevando consigo una piedra de regular tamaño! – Hizo una pausa y prosiguió- -¡Yo mismo en persona iré con ustedes, para arrojar las piedras necesarias en el interior de la laguna! - concluyó diciendo-.
 Fue así, que apenas rayó el  nuevo día, cientos  de fieles “católicos, apostólicos y romanos” de toda edad, y de cualquier sexo o posición social, formando una enorme hilera similar a la de las hormigas obreras, llevaban sobre su hombro o en su regazo una piedra de regular tamaño, dejando a lado la fatiga o el cansancio.  Después de un arduo recorrido   de  algunas  horas, la muchedumbre coronaba la cima de la montaña y uno tras de otro  arrojaban las piedras en el lecho de la laguna, que al descender al  fondo,  chocaban entre sí, produciendo  un ruido sordo que retumbaba a cada momento. Todo el transcurso  de ese   memorable día de  viernes santo, la gente  de esta villa acarreo miles de miles de piedras.  Fue tal la cantidad de piedras arrojadas en su lecho, que  provocó que el agua rebalse y  se  derrame por sus bordes, produciendo un  gran torrente, que  arrastró lodo y árboles por un  costado del cerro, y así la laguna quedó totalmente taponada y seca. Luego cumplido con esta faena, el Obispo de la Diócesis, realizó una misa de acción gracias, en este lugar, y procedió a exorcizar a la antes laguna,  mediante oraciones al altísimo y bendiciendo el lugar con  agua bendita, solo  así se expulsó  de estos parajes,  el maleficio  reinante y finalmente como medida  de protección del sector,  hizo fabricar una enorme  cruz  de madera y la colocó en la cúspide del cerro   y ahí permaneció por muchos años. Desde aquel  memorable día de peregrinación, aquellos  siervos del mal se “evaporaron” de la misma manera como “emergieron” y   la paz  reinó para siempre en sus  alrededores.
El exuberante verdor del cerro, inexplicablemente  se fue consumiendo y despareció, también aquellas  espesas nubes que cubrían la cima  se disiparon, dejando a la vista su cima  desnuda de vegetación, y con esta apariencia   a permanecido  hasta nuestros días.
Las aguas que se desbordaron de aquella laguna,   bajaron como un torrente y se depositaron en un declive del terreno al pie del  cerro, formándose una pequeña laguna llamada, el Jarygan que en quechua significan “Tú macho”, cuyas aguas dormidas son templadas, que invitan a un gran chapuzón, pero sus aguas son traicioneras, ya algunos incautos bañistas han sido tragados. “Aguas mansas aguas traicioneras “solía decir mi abuelo,  y así terminó su relato el profesor.
 El niño Eladio Armijos y su amigo albino Alberto Shingre, por fin conocieron la verdad, de labios de su veterano profesor y  así se disiparon sus temores y jamás  volvieron a llegar  a la escuela  con  supuestas   huellas de dientes y moretones  en sus brazos, producto de las  “mordidas del muerto”, ni  “ojeados “por ancianas de apariencia grotesca. Imputando de estos maleficios  a las brujas del Cerro, porque  supuestamente los perseguían  en las noches por ser descendientes directos de aquellos que  contribuyeron  en su destrucción. Y así trascurrió el tiempo y estos muchachos pudieron concluir  sin ningún contratiempo su instrucción primaria en aquella escuelita de barrio pobre, dejando tras de sí un endeble recuerdo, que  se ha perdido en el olvido.
“La paz del alma, es la mayor riqueza”

FIN
 
Sibilino
                                                  Fabricio Ochoa T.      
18 de Mayo del 2004
                                                                                                   

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