Eladio
Armijos, era un niño flaco, extrovertido, que vivía en “Bolonia” un caserío
ubicado a corta distancia del cerro Villonaco. Estudiaba en una escuela
de la ciudad, al igual que otro niño que habitaba en ese sitio. Su recorrido
habitual para llegar a ella era sacrificado, salían a las seis de la mañana, de sus respectivos hogares,
llevando mucha prisa, siendo los
primeros en llegar a la escuela. La doble
jornada de estudio, finalizaba a las
seis de la tarde. Entonces al toque
final de la campana, los dos chicos abandonaban apresuradamente la escuela. Sus pies descalzos
acostumbrados a la dureza del camino daban acelerados pasos, les urgía llegar
pronto a sus hogares, antes que oscurezca.
Este comportamiento
inusual de los muchachos, no paso desapercibido
por su profesor, un gentil hombre que con paciencia les inquirió de su raro proceder.
Por su parte los pequeños le solicitaron
anhelantes, que los envíe con anticipación a sus casas, antes de que empiece a caer la
noche. por que sentían angustia y temor
de encontrarse en las inmediaciones de este cerro con alguna malvada bruja o
con algún horrible “duende” que supuestamente merodeaban por estos parajes oscuros y solitarios, al acecho para atacar algún
incauto.
Los ingenuos
niños estaban impresionados y confundidos, porque hace una semana atrás, se habían
enterado de un hecho diabólico narrado por sus abuelos, que sucedió hace muchos
años, en la cima de este Cerro. El profesor Pompilio Jaramillo también había escuchado ésta leyenda y resuelto a esclarecer
la verdad, para que sus alumnos descarten temores infundados les contó, aquello que sucedió hace muchos
años atrás.
“El cerro
Villonaco es el monte mas alto de la hoya de Loja. Se destaca
imponente como un vigía de la bella ciudad, a la distancia se lo observa de un matiz azul grisáceo, dando la apariencia
de estar envuelto en un tenue manto de humo.
En
épocas pretéritas, su aspecto exterior fue diferente a lo que es hoy, como lo atestiguaban nuestros abuelos, así lo explicaba el maestro y luego de hacer una pausa para tomar aliento continuó
narrando: “ Nuestros ancestros cuentan que este cerro estuvo,
cubierto íntegramente de exuberante vegetación, desde
su cima hasta su base y todo su derredor. Al pie del cerro, en la planicie existían muchos huertos, aquí se cosechaban abundantes legumbres,
hortalizas y frescas frutas, pues la lluvia siempre estaba presente y las
plagas de los cultivos jamás se manifestaban.
La cima
del cerro, durante todo el año, permanecía
envuelta por densas nubes, como tratando de ocultar “algo” especial, pues en una concavidad del
terreno, existía una laguna natural, de diáfanas aguas, que se alimentaba de un
manantial subterráneo y en ella los crédulos lugareños, siguiendo la
costumbre de sus ancestros, arrojaban sobre sus aguas muchas ofrendas, en agradecimiento a las lluvias y
buenas cosechas. Inexplicablemente la
laguna empezó a comportarse en forma
extraña, sus aguas se agitaban impetuosamente, formándose en su centro un gran remolino y se engullía todos los regalos lanzados. Este insólito
cambio de las tranquilas aguas de la
laguna desconcertó a los lugareños, nunca había sucedido aquello, sintieron miedo, de pronto había una fuerza maligna en
ella y jamás se volvieron acercar a este
lugar. Con el pasar del tiempo, atraídos
por los comentarios de que algún poder diabólico existía en ésta laguna, llegaron
inexplicablemente un grupo de individuos
a éstos parajes, buscando encontrar un “don
especial” en la laguna , aquellos tenían un aspecto espantoso, y vestían raros ropajes. Nadie supo de donde llegaron, eran una docena de brujas y hechiceros, que en las noches de luna de los días viernes, se daban cita en este inhóspito lugar, para solicitar “dones especiales”
al príncipe de las tinieblas, que aquí supuestamente moraba.
Estos entes del mal, fácilmente trepaban al cerro, subían apresurados, aparentemente parecía como
que se deslizaban sobre el aire, alcanzando de inmediato la cima
y ordenadamente se ubicaban al
derredor de la laguna, iluminada con antorchas.
Seguidamente en un
improvisado altar de piedra, el “gran vicario” y su “acólito”, daban inicio a una sacrílega “misa negra”, seguida de interminables letanías y cánticos blasfemos. Para concluir con este ritual, se sacrificaban gallos y borregos vivos, degollándolos brutalmente, y la sangre de
estos animales era esparcida en el altar y restregada sobre el dorso y rostro
de cada siervo. Terminada ésta ceremonia
bestial, los súbditos de Satán, se agitaban ansiosos y elevando los brazos en alto invocaban a grandes voces la presencia de su
amo y señor del mal. De pronto en medio
de la algarabía, se escuchó un estruendo y el ambiente se saturó de un
asfixiante gas de olor fétido similar a “huevos podridos” y a
través de ese espeso humo pútrido surgía “de la nada”, un espectro
de gran tamaño con apariencia espantosa, igual a un enorme macho cabrío de grandes
cuernos, con ojos llameantes como brasas ardientes que centelleaban en la noche
y el cuerpo totalmente negro como el hollín.
Colocándose en posición erguida frente a
sus siervos, agitaba su enorme testa y gruñía dominante, exhalando por el
hocico un pestilente humo negro. Inmediatamente los vasallos de Belcebú en
actitud reverente, uno tras otro iban acercándose hacia aquél, y le estampaban un beso
impúdico sobre el apestoso trasero, para
con ello recibir a cambio, un “don”
maligno. Consumada la ceremonia de alabanza y sumisión, a vista y paciencia del vicario y sus siervos este espectro del mal, se esfumaba del altar, tal cual como surgió, de “la nada”, causando un atronador ruido como de muchas aguas.
Terminado
este instante sorprendente, y terrorífico, se armaba una gran orgía bestial entre brujas y hechiceros que llegaba al clímax, y elevando su voz todos gritaban agradecidos por los “dones” recibidos de su
amo y señor del mal. Especialmente las mujeres, excitadas se desprendían de sus
vestimentas y totalmente desnudas,
colocaban entre sus piernas toscas escobas y repitiendo a unísono ésta oración
blasfema: “De palo en palo de viga en viga sin Dios y Santa María”, empezaban a
elevarse y volar en círculos concéntricos
a gran altura por todo el perímetro del cerro y sus alrededores. Por su parte los hechiceros hacían gala de su poder “especial” y con mucha habilidad se transformaban en horribles y repugnantes animales
a su antojo.
Los
caminantes y lugareños, que transitaban por estos senderos aledaños al cerro,
muchas veces en las noches de luna llena, se toparon con estos seres repugnantes que reptaban por el
suelo, y otros que revoleteaban por el aire con apariencia de enormes
murciélagos negros, emitiendo aterradores
chillidos y diabólicas carcajadas
que se perdían con su eco hasta muy cerca de la laguna.
Estos
aquelarres o reuniones de brujas y hechiceros que se efectuaban habitualmente, en este “manantial”, tenían
aterrados a los habitantes de esta
zona, por ello decidieron poner en
conocimiento de estas prácticas diabólicas
al obispo de la diócesis.
En una de aquellas homilías el reverendo sacerdote, preocupado por los hechos que se estaban dando
en el cerro, dio conocer del asunto a sus feligreses: -¡Hermanos míos, quiero que escuchen con atención! Expresó enérgico el obispo y luego continuó diciendo: -¡Me enterado por fuentes
fidedignas que en la laguna del cerro, un grupo de fanáticos adoradores de Satanás,
hacen invocaciones todos los fines de semana, para recibir “ dones malignos” y luego arman gran barullo toda la noche y
madrugada, causando pánico en los moradores que habitan por estos sitios .
También tengo conocimiento, que sus animales domésticos se están muriendo y que
sus cultivos están llenos de plagas, debido a que estos “engendros del mal” están
hechizando con sus conjuros todo lo que ven
y tocan , además las personas que se niegan a ser parte de su cofradía
y no entregan ofrendas a la laguna, han sido amenazados con ocasionarles raras enfermedades
. Por ello queridos hermanos alguien debe
detenerlos, y espero que Dios con su gracia infinita, nos dé una respuesta a nuestro pedido , nos ilumine y guié de la manera mas correcta para proceder a expulsarlos definitivamente ” ¡he dicho¡- concluyo el sacerdote.
Poco a poco la feligresía abandonaban la iglesia catedral,
todos estaban preocupados por esta situación y no había ninguna forma de detener
el mal que empezaba a extenderse hasta
los limites de la ciudad.
Fue Horacio, el abuelo del niño Eladio, quien muchos
años atrás, dio la pauta a este dilema, pues de niño, fue muy inquieto y perspicaz, que con
sus travesuras sacaba de quicio a su madre. En cierta ocasión jugaba con una
enorme rana, y por accidente se le cayó dentro de un hoyo profundo, por más que intentaba sacar al animal, con ayuda de palos
u otros objetos, fue imposible. Meditó un rato y decidió llenar con agua el agujero,
esperando que el pequeño anfibio flote a hacia la superficie, más bien este se
zambulló a la profundidad, sin lograr su propósito. Entonces esta vez decide echarle, porciones de tierra
al interior del hoyo, y así el agua empezó a rebalsar y derramarse por sus
costados y la rana emergió a la
superficie y de esa manera el hoyo
quedó cubierto con tierra, y rescatado el animal. Muy feliz el chico llegó
a su casa llevando su mascota entre sus manos y relató a su madre la manera como la había recuperado. La madre escuchó con atención
la narración del chico, y permaneció largo rato cavilando y se dijo para sí, ojalá esto se
pudiera hacer en la laguna embrujada.
Los
pobladores de esta pequeña ciudad
estaban angustiados, por este suceso por
demás conocido y sentían temor que “el
mal de ojo” avance hasta sus
hogares y afecte a sus niños y mascotas. Doña Ludovica una fornida mujer, muy creyente en Dios y en la Santísima Virgen
del Cisne, incitó a un grupo de señoras, para reunirse a conversar con el obispo y tomar alguna decisión.
Muy
complacido el obispo recibió a las damas y les consultó la manera de cómo se
podría proceder ante este dilema y acabar de desalojar para siempre a éstos
intrusos.
-¿Que
hacemos señoras mías? -¿Denme una idea clara para poder actuar? Interrogó
el representante de Dios. Entonces tomó la palabra Doña Carmela, madre del niño Horacio y propuso a los presentes, que primeramente había que destruir de inmediato la laguna encantada. Para
ello sugirió que se debía secarla totalmente, arrojando sobre ella gran cantidad
de tierra o piedras, para expulsar al “maleficio” que estaba radicado en este lugar. La idea propuesta, por Carmela, fue aceptada, con beneplácito
por todos, y ese mismo día por la noche, en misa de siete, el cura habló categórico a
la feligresía:
- ¡Hijos míos! -¡Os solicito la colaboración de cada uno de ustedes
y su familia, para mañana,
que es “viernes santo”, muy de madrugada, todos trepemos a la cima del cerro, llevando consigo una
piedra de regular tamaño! – Hizo una pausa y prosiguió- -¡Yo mismo en persona iré
con ustedes, para arrojar las piedras necesarias en el interior de la laguna! -
concluyó diciendo-.
Fue así, que apenas rayó el nuevo día, cientos de fieles “católicos, apostólicos y romanos”
de toda edad, y de cualquier sexo o posición social, formando una enorme hilera
similar a la de las hormigas obreras, llevaban sobre su hombro o en su regazo
una piedra de regular tamaño, dejando a lado la fatiga o el cansancio. Después de un arduo recorrido de algunas horas, la muchedumbre coronaba la cima de la
montaña y uno tras de otro arrojaban las
piedras en el lecho de la laguna, que al descender al fondo, chocaban entre sí, produciendo un ruido sordo que retumbaba a cada momento. Todo
el transcurso de ese memorable día de viernes santo, la gente de esta villa acarreo miles de miles de piedras.
Fue tal la cantidad de piedras arrojadas
en su lecho, que provocó que el agua rebalse
y se derrame por sus bordes, produciendo un gran torrente, que arrastró lodo y árboles por un costado del cerro, y así la laguna quedó totalmente
taponada y seca. Luego cumplido con esta faena, el Obispo de la Diócesis, realizó una
misa de acción gracias, en este lugar, y procedió a exorcizar a la antes
laguna, mediante oraciones al altísimo y
bendiciendo el lugar con agua bendita,
solo así se expulsó de estos parajes, el maleficio reinante y finalmente como medida de protección del sector, hizo fabricar una enorme cruz de
madera y la colocó en la cúspide del cerro
y ahí permaneció por muchos años.
Desde aquel memorable día de
peregrinación, aquellos siervos del mal
se “evaporaron” de la misma manera como “emergieron” y la paz
reinó para siempre en sus alrededores.
El
exuberante verdor del cerro, inexplicablemente se fue consumiendo y despareció, también
aquellas espesas nubes que cubrían la
cima se disiparon, dejando a la vista su
cima desnuda de vegetación, y con esta
apariencia a permanecido hasta nuestros días.
Las
aguas que se desbordaron de aquella laguna,
bajaron como un torrente y se depositaron en un declive del terreno al
pie del cerro, formándose una pequeña laguna
llamada, el Jarygan que en quechua significan “Tú macho”, cuyas aguas dormidas
son templadas, que invitan a un gran chapuzón, pero sus aguas son traicioneras,
ya algunos incautos bañistas han sido tragados. “Aguas mansas aguas
traicioneras “solía decir mi abuelo, y
así terminó su relato el profesor.
El niño Eladio Armijos y su amigo albino
Alberto Shingre, por fin conocieron la verdad, de labios de su veterano
profesor y así se disiparon sus temores
y jamás volvieron a llegar a la escuela
con supuestas huellas de dientes y moretones en sus brazos, producto de las “mordidas del muerto”, ni “ojeados “por ancianas de apariencia grotesca.
Imputando de estos maleficios a las
brujas del Cerro, porque supuestamente
los perseguían en las noches por ser
descendientes directos de aquellos que
contribuyeron en su destrucción. Y
así trascurrió el tiempo y estos muchachos pudieron concluir sin ningún contratiempo su instrucción
primaria en aquella escuelita de barrio pobre, dejando tras de sí un endeble
recuerdo, que se ha perdido en el
olvido.
“La
paz del alma, es la mayor riqueza”
FIN
Sibilino
Fabricio Ochoa T.
18
de Mayo del 2004

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