Con el canto
insistente del gallo, Tomaza despertó. La luz del naciente día, filtrada por
las hendijas de las paredes de caña, le permitieron advertir que eran las seis aproximadamente. Con un profundo
bostezo se incorpora, rápidamente, limpia con la mano izquierda las lagañas de
sus grandes ojos, se estira antes de hacer algunas insinuaciones al oído sordo
de su esposo. Decepcionada por la indiferencia del hombre, por quien se obligó
a cambiar una vida desordenada, para ser una madre hogareña, modelo de esposa,
entre dientes masculla algunas maldiciones y se apresta al arreglo de la casa,
para la celebración del día de su onomástico. De un sacudón despertó al
dormilón inerte, al tiempo que profirió la más grave ofensa:
_ ¡Levántate inservible…..Ojala puedas pelar
la chiva, para preparar el seco a los invitados!
Es día de fiesta en
la casa de Tomaza Honores, la mujer mas dinámica de la comarca de Carcaguabal,
el arreglo de la casa y los preparativos de la misma iban como “viento en popa.”
A eso de las nueve
de la noche, todo estaba listo, para
festejar a la “Santa”. El olor a seco de chivo trascendía en el aire
fresco de la noche, la música de una “vitrola” levanta el ánimo de la gente, una
mezcla de aguardiente con guarapo, deleita el paladar de los invitados, nada
parecía faltar. Amigos y vecinos con saludos emocionados y sonrisas a flor de
labios felicitaban a la santa.
Tomaza,
elegantemente ataviada, correspondía sonriendo las atenciones de los invitados
que llegaron desde todos los puntos cardinales
de la gran comarca de Carcaguabal. Pero algo estaba
faltando, por que entre sus amigas y compañeras de andazas juveniles, no
estaba Lucrecia, mujer muy popular,
infaltable en fiestas y parrandas,
De pronto, en medio
de la algarabía reinante de la muchedumbre campirana, advirtieron entre los
destellos de una lámpara “petromax”, la silueta de una criatura deslumbrante,
que al acercarse dio forma a una mujer hermosa, muy elegante, que traía su delicada
espalda cubierta con un gran pañuelo negro:
_! Ahí viene
Lucrecia….Si, Si… ¡Es ella… ¡Ahora comienza la fiesta!
Exclamaron los
invitados, con una explosión de júbilo, que corrió en la muchedumbre como un
reguero de pólvora.
La fama inigualable
de Lucrecia traspaso los limites de la Comarca de Carcaguabal. Pues desde el vecino país, y de recintos muy alejados,
llegaban emisarios con esquelas, solicitando su participación en las fiestas más
ruidosas de la Región. Nadie como ella para mover
las caderas, cuando bailaba era una verdadera atracción. Animaba las fiestas
hasta no poder, era tal su energía, inagotable.
Hasta el ser más
indiferente dejaba escapar un suspiro silencioso al verla, mientras las miradas
libidinosas la acechaban por doquiera se condujera.
Quien estaba
pendiente hasta el mínimo detalle de la atractiva mujer era Galfri, profesor de
un escuelita cercana, hombre entrado en
años, de aspecto sombrío, con buena fama de chismoso y metiche en la vida del
prójimo. Se jactaba de ser el mejor amigo de sus padres, y de conocerla desde
el día de su nacimiento y sostenía que a más de guapa y alegre era la mujer más
bondadosa que existía a lo largo y ancho del cordón fronterizo, fue quien
contribuyó a popularizar sus virtudes. En esta ocasión, notó algo inusual, en
ella, al verla tan alborotada en esta fiesta.
_ ¡Nunca la he
visto tan alegre….¿Será acaso la última de sus farras? Se dijo entre sí, como
que presentía alguna desgracia.
Así era Lucrecia
Garcés, una mujer irresistible. Su belleza aunque deslustrada por el paso de
los años, expresaba un espíritu con aires de fiesta, muy alegre y amiga de
grandes y chicos. Se decía de ella que
jamás escatimaba esfuerzo alguno para asistir a la invitación de una fiesta y
que convertía en fiestón la mínima
expresión de alegría de los vecinos. Muchos la escucharon decir: ¡Que a una fiesta, vendría, si fuera posible desde el mismo infierno! El
baile era su vida, su vicio, como el drogadicto no puede vivir sin la droga.
Con su espíritu indomable desafiaba grandes distancias y peligrosos caminos solitarios,
para llegar a sus citas.
De vida tan
desordenada a pesar de ser mujer casada, con cuatro niños que atender, el
último de ellos, de apenas dos meses , que requería tanto su atención, a quienes
siempre dejó al cuidado de su esposo. Jamás
cumplía sus obligaciones de
esposa y madre, en cierta oportunidad la
oyeron decir con jactancia: “Que ella no había nacido para esos menesteres”.
Anselmo, su esposo,
era un hombre extremadamente bueno, corto de ánimo, no alzaba la voz, por temor
a causarle algún desaire a su querida mujer. Nunca reprochaba sus constantes
salidas de casa en las noches, ni las veces que llegaba ebria al siguiente día. El pobre hombre se pasaba,
noches enteras junto a sus hijos
esperando su retorno, y así, con tristeza, veía
transcurrir el tiempo, sin que haya una esperanza de cambio a su conducta..
El calendario
romano señalaba, al día 28 de Diciembre, como el día de Santo Tomas. La
celebración de esta festividad tendría, lugar en la casa de Tomacita Honores, hasta donde se llegaba por un camino
escabroso, rodeado de añejos algarrobos, poco utilizado en las noches, debido a
la oscuridad reinante y a la presencia de fantasmas y seres malignos. Los invitados en su mayoría tomaron la precaución
de aprovechar la luz del día, para cruzar el puente del “duende”, lugar tétrico
y tenebroso, donde con la oscuridad solían concentrarse seres demoníacos de
toda índole, entre ellos “Dionisio” el temible duende bailarín, que gustaba
tanto del baile, como de las mujeres
bailadoras.
Ese día 28 de Diciembre, Lucrecia se vistió
con el mejor traje, tomó su ancho pañuelo
negro bordado, y se cubrió su dorso. Y antes de partir, dijo a Anselmo que iría
de visita a casa de su amiga Tomacita.
_ ¡Si no vuelvo pronto, te ruego no
preocuparte……Presiento que hoy será un día inolvidable! _ Concluyó casi impelida de emoción por el
reencuentro con un amor prohibido..
Caminó desde el
medio día, hasta la caída de de la tarde,
sin embargo, llegó a la fiesta descansada, llena de animo predispuesta a
festejar a la santa y pasar de maravilla, como solía decir. Al pasar por el
viejo puente de madera, con cubierta de teja herrumbrosa, que le daba un
aspecto tenebroso. La bella Lucrecia,
aceleró el paso, sintió cierto temor, se
tocó el pecho con su mano derecha, como si tratara de apaciguar a su acelerado
corazón. Para entonces la oscuridad ya había vencido a la luz en su lucha
ancestral, serian las nueve de la noche. A esa hora la homenajeada salio a su
reencuentro a recibirla, y tras ella los montubios de Carcaguabal, abrazaron y
avivaron a la recién llegada.
Se encendieron más
farolas y la fiesta empezó. Una
vieja “vitrola” dejaba escapar ritmos
alegres populares que incitaban a bailar. Mientras se repartía aguardiente con guarapo que levantó el ánimo
de los invitados. Ya en la madrugada se sirvió el tradicional “seco de chivo”.
Los invitados dispuestos en rusticas sillas y largas bancas, exponían en voz
alta sus emociones reprimidas, en esos momentos de tanta euforia Lucrecia Garcés
con voz firme y segura gritó:
_ ¡Que viva la santa!..... ! Que viva ¡¡Gritemos
todos con gusto,…! ¡Que se reparta más licor y disfrutemos de esta noche de
parranda!
Los invitados
bebieron y comieron tan solo con las limitaciones de su propia voluntad. Los
borrachos tambaleantes alzaban las últimas copas, algunos yacían dormidos sobre
mesas y bancas de largo en largo. Solo Lucrecia se mantenía aún en pie,
animando la fiesta y avivando a la santita. Entonces se dio cuenta que debía
retornar a su hogar. Considerando el peligro de cruzar el puente a esas alturas
de la madrugada, Tomaza trató de persuadirla a que no fuera:
_ ¡No vayas por
favor amiga!…..La noche esta muy oscura. No seas imprudente. No hay quien pueda
acompañarte… Dicen que en el puente viejo de madera, acecha el duende,
esperando a sus victimas
Sin hacer caso a
las sugerencias de su amiga entrañable, abandonó el lugar. Caminaba presurosa,
un poco tambaleante, por un sendero poco visible, ya que la noche era tan negra
que no admitía la visibilidad, iba acompañada
con el ruido estridente y monótono de los grillos desvelados. Caminó varios
quilómetros, tropezando y mascullando maldiciones, entonces se acercó al vetusto puente, al que solo se atrevió a
cruzar, envalentonada por los tragos que traía en su cabeza.
El eco de sus
tacones se oía a los lejos en el silencio de la noche. De pronto algo vio
brillar a poca distancia, eran dos pequeñas luces que venían a su encuentro,
sintió miedo, pero el maullido de un gato que emergió del silencio insondable de
la noche, la hizo reaccionar.
__ ¡Pobre gatito! … ¡Te han
abandonado! __ dijo __ Lucrecia
y en el acto se inclinó para tomar al felino en sus brazos, y luego lo
cargó a sus espaldas y lo cubrió con el gran pañuelo negro que portaba,
tras acariciarlo con ternura maternal. Caminó un largo trecho, disipando sus
temores, con el encuentro casual del pequeño animal, sin imaginar lo que sucedería
minutos después. La preciosa carga, llevada sobre su delicada espalda, empezó a
pesar cada vez mas, a medida que aumentaba de tamaño, entonces la mujer empezó a jadear. De
pronto escuchó una voz infantil que
decía:
__ ¡Mamita ya tengo dientes!..... ¡Mamita
ya tengo cachos!... y me están creciendo espuelas
Luego la mujer escuchó un ruido, tal como si
se arrastrara una gran rama por el suelo, y nuevamente escucho la voz infantil
que dijo: ¡mamita ya tengo cola!
La fiestera de
carcaguabal, sintió que el corazón se le salía del pecho, las piernas le temblaban y un sudor frió
bañaba todo su cuerpo, estaba aterrorizada, enmudecida, con gran dificultad
logró balbucear unas palabras:
-
¡Dios mió ampárame! …! Protégeme
del demonio ¡
Al
decir estas frases, logró de un sacudón, librarse de la macabra carga. Corría y
corría desesperada, perseguida por el
mismísimo demonio. En medio del horror y la desesperación advirtió una gran
cruz al costado del camino a la que se aferró con fuerza sobrenatural. El rey
de las tinieblas no pudo arrancarla de esa cruz, pese al afán imperioso de
llevarla a su reino infernal, para que allí
purgue todos sus pecados.
Para entonces empezó a clarear el día, y el
demonio aún luchaba por arrancarla de la cruz. Al sentirse vencido reventó en
maldiciones, lanzó una horrible carcajada y con voz ronca le dijo, mientras desaparecía
lentamente dejando en el ambiente un asfixiante olor a Azufre.
__ ¡Maldita seas mujer ¡ … ¡Tu alma me pertenece y volveré por ti!
El día aclaró. Los caminantes mañaneros
sorprendidos vieron a la rara mujer aferrada a la cruz, sollozando sin
consuelo. El sol calentaba la faz de la tierra, Lucrecia aún asustada y
aterrorizada, no lograba comprender, como había logrado escapar de las garras
del demonio. Se incorporó lentamente y hecho a caminar con ansias de volver
pronto al hogar. Por primera vez sintió la necesidad de abrazar a sus hijos y a
su esposo.
En
la puerta del rancho la esperaban ansiosos, Anselmo y sus cuatro pequeños
hijos. De pronto los niños corrieron a su encuentro y fue la primera vez que ella
los tomó en sus brazos y expresó, con lágrimas en los ojos el cariño que les
profesaba, abrazó también a su esposo y desde el fondo de su alma, pidió perdón
por su mal comportamiento. A partir de aquel fatídico día, Lucrecia Garcés se
convirtió en la esposa fiel y madre cariñosa, que jamás se vería en la Comarca de Carcaguabal.
Con
un suspiro profundo dijo en cierta oportunidad: “Benditas sean las cruces que
hay en los caminos, a la memoria de un ser querido fallecido”
FIN
Dr.
Fabricio Ochoa T.
AUTOR
Pseudónimo:
SIBILINO

muy bonita obra... me ha gustado mucho... éxitos.
ResponderEliminarMuchas gracias amiga, muy pronto subiré nuevos relatos espero te gusten.
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