Una antigua leyenda de nuestro folklore popular, cuenta de
la existencia de una criatura de gran tamaño, con apariencia de simio, conocido
como Shiro o squash, que habita
en los densos bosques de toda América. Algunos cazadores
lo han visto por casualidad y
cuentan que es difícil sorprenderlo por la rapidez como se oculta. Pero por azares del destino, toda
una comunidad, lo vio por primera vez
y para
sorpresa de todos, se quedaron
estupefactos, ante su presencia. Este relato describe detalladamente los
hechos que ocurrieron, desde su hallazgo
fortuito hasta la captura del
escurridizo shiro u hombre-simio de los bosques.
Esto sucedió por el año 1945, allá en la lejana ciudad de
Loja, geográficamente encerrada entre los nudos de Cajanuma y Guagrahuma y la
cordillera oriental y occidental de los
Andes, desde aquí, de la parte alta de estos macizos montañosos, nacen dos cristalinos ríos : el
Zamora y el Malacatos, que durante la estación
veraniega se presentan apacibles.
Al contrario, en la estación invernal estos mansos ríos, se transformaban en caudalosos torrentes que arrasaban con todo aquello que encuentra a su
paso: gran cantidad de lodo, enormes piedras, árboles y animales.
Con la llegada del
mes de Julio, el inclemente invierno, en ésta zona Austral, se torna riguroso, las fuertes
precipitaciones, acompañadas de truenos y relámpagos provocan en la gente bastante
temor y muchos empiezan a orar y a celebrarle misas al milagroso “San Isidro Labrador” para que de favor “quite el agua y ponga el sol “, otros devotos recurren a la quema de “ramo bendito”, para que el
humo apacigüe las fuertes tormentas. Sin
embargo San Pedro, el portador de las llaves del cielo, no atina escuchar tantas
plegarias de sus fieles.
Fue un día sábado, temprano en la mañana, en que se
desencadenó un torrencial aguacero, como no había ocurrido en muchos años, que se prolongó día y noche
y se extendió hasta el amanecer del día domingo, parecía un
verdadero diluvio. Las estrechas calles
adoquinadas de la urbe, rebosaban de
agua y
ésta se escurría al interior de las viviendas y
patios aledaños. De todos los tejados caían a manera de “hilos plateados”, gruesos chorros de agua, que al
chocar contra el suelo provocaban un incesante
y fastidioso borboteo, únicamente con el
advenimiento del nuevo día, amainó la tormenta.
Fueron los bulliciosos chilalos y el canto
destemplado de los gallos los que anunciaron un nuevo amanecer, eran las seis
de la mañana. La lluvia había cesado por completo, pero en el ambiente flotaba
una tenue neblina que dificultaba la visibilidad
y la temperatura se mantenía baja.
Solamente pocas personas se habían levantado temprano a realizar sus quehaceres diarios, una de aquellas era el
maestro sastre Agustín Vásquez apodado el “pajarito”, quien estaba
en pie, listo para poner en orden su taller de sastrería y emprender una nueva jornada de trabajo. Después de haber
limpiado y ordenado el local, se dirigió muy apresurado a la
tienda de la esquina, donde la viuda de Cabrera a comprar varios panes de
“suelo” y una onza de café molido, con
el deseo, de que su esposa Doña Mélida del Rosario le prepare, un rico
café “asustado”.
Mientras esperaba que la vendedora le despache su pedido,
escuchó murmurar a un grupo de vecinos, situados en la esquina adyacente, que comentaban
de algo inusual, esto llamó
su atención. Como “pajarito tenía la fama “de saber y conocerlo todo”, se
acercó a fisgonear. Disimuladamente se infiltró entre ese grupo de parroquianos y escuchó
atento lo que contaba aquel hombre obeso
de arrugado entrecejo: -¡les explico! ¡Señores
hace escasos minutos, a causa del torrencial aguacero, que cayó durante todo el día y la noche de ayer, el río
Malacatos formó un gran aluvión, arrastrando desde la cima de
la Cordillera gran cantidad de lodo, árboles y algo sorprendente, un extraño
animal con apariencia humana, el denominado Shiro!”. Hizo una breve pausa y
continuó narrando: ¡“Según los comentarios que escuché, este raro espécimen que
fue arrastrado por la creciente, en la
madrugada, se halla tirado en la playa exánime, con el cuerpo y el rostro cubierto totalmente de fango, y lo más extraordinario
de éste ser, son sus enormes pies, que
los tiene de revés, es decir el talón del pie esta para adelante y los
dedos hacia atrás, de esa manera camina, lo mismo sucede con sus descomunales manos,
que las tiene de reverso, todo aquello es inconcebible! -concluyó diciendo el fulano y luego añadió a manera de exhortación:
¡Vayan a verlo señores! ¡Dicen que ahí está semienterrado,
sobre el fango, a la orilla del río!
El maestro Agustín se
quedó pasmado por el insólito
suceso que acababa de oír, estaba deseoso por conocer a aquel hombre-simio de
los bosques. Inmediatamente recibió el pedido de la tendera
y se encaminó de prisa a su casa.
Después de saborear su pocillo de café, se alistó para salir. Anhelante extrajo
del interior de su antiguo ropero: el grueso abrigo de paño, su sombrero hongo,
y su infaltable bastón con empuñadura de
plata, así elegantemente vestido, al igual que un “gentleman”, se dispuso a
salir a confirmar lo dicho por aquel honorable ciudadano. Su
esposa Doña Mélida al verlo bien
trajeado, a punto de marcharse, le
increpa contrariada - ¡No vayas Agustín!
¡No seas curioso, no hagas caso de los chismes!
-¡No te entrometas en mis asuntos mujer¡ - responde el
hombre, y sin escuchar más comentarios,
salió caminando con mucha prisa; dando
grandes trancos alcanzó la calzada y casi
volando como el viento, fue acortando metro a metro la enorme distancia
que lo separaba del sitio mencionado.
La noticia de que un Shiro había sido arrastrado por la
creciente del río, en la madrugada, ya la conocía la mayoría de la ciudadanía,
este suceso se había divulgado como “pan
caliente”.
Parecía un día de fiesta en la otrora ciudad
“cajita de fósforos”, había grupos de personas que iban y
otras volvían del lugar de los hechos. Los que lograron conocer a la bestia descomunal, regresaban comentando
y sonriendo, en cambio otros volvían serios y taciturnos, pero no desaprovechaban la oportunidad para exhortar a otras personas que también iban a fisgonear.
-¡Vayan a verlo que ahí está! ¡Es horrible está tirado exánime a la orilla
del río!- y luego añadían explícitos:- ¡Los expertos en la materia dicen, que no
posee sexo, por ello no se sabe si es macho o hembra!- Un ciudadano
de aspecto honorable también les
comenta a las personas curiosas presentes que: -¡Los militares lo van a
capturar y lo encerraran en una jaula
especial!
La gente que se conducía a la novedad, escuchaba atónita los comentarios inverosímiles vertidos
por aquellos, que lo habían visto de
cerca, pensaban que eran exagerados, sin embargo esto incitaba más su curiosidad, por conocerlo.
También “pajarito” Vásquez escuchaba fascinado los
diferentes comentarios que expresaban las personas que se encontró a
su paso. Casi agotado y sudando copiosamente, arribó al sitio indicado, lo
primero que se le ocurrió fue escudriñar
toda la ribera del rio y su alrededor, finalmente constató que a pocos metros del lugar se encontraban un grupo de individuos de pie, rodeando al extraño ser, que estaba derribado e inmóvil en el fango. Algunos curiosos lo observaban fijamente, y
recorrían con la mirada todo ese enorme cuerpo y no salían de su asombro, solamente movían la cabeza como
signo de desaprobación. Otros con el rostro
y ceño fruncido, se limitaban a observar
las extremidades de la bestia y luego se sonreían a solas. El maestro Vásquez se fue acercando al pie del extraño
ser, con la intención de verlo con sus
propios ojos al escurridizo hombre-simio.
Lamentablemente su primera
impresión fue desagradable, sintió que la sangre se le subía al rostro y no
pudiendo dominar su ira, dejó escapar
esta imprecación:
- ¡Carajo! ¡Mier...!
¡Para observar esto, he tenido que caminar tanto! Y prosiguió
diciendo: - ¡Yo me marcho de aquí!
El cuartel militar “Cabo Minacho” de esa jurisdicción, está
localizado fuera del perímetro urbano,
muy cerca del lugar de los
acontecimientos. Por este motivo algún vecino de estos alrededores, preocupado
porque no se altere la paz y
tranquilidad ciudadana, se había dado el
trabajo de informar personalmente, al Comandante de ésta Brigada, de la presencia del
mentado Shiro, que estaba derribado de largo en largo en la rivera del
río Malacatos.
Conocida la información pertinente, el Comandante de ésta
Unidad, impartió la orden estricta que se lo capture antes que recupere el
sentido y fugué del lugar.
Un piquete de soldados bien armados llegó al sitio indicado y de inmediato, aprehendieron al “abominable hombre de los bosques” y se lo llevaron al cuartel militar.
Algunos curiosos que estuvieron presentes cuando se realizó
la captura, informaban a aquellas
personas que aún acudían a este lugar, que los militares se lo habían llevado
encadenado de sus extremidades, para
encerrarlo en una “jaula especial”.
Este chisme se propagó nuevamente, ahora la gente copaba la entrada al cuartel
militar. Anhelantes solicitaban permiso en la “prevención” para poder ingresar.
Unos conscriptos que hacían vigilancia en ese sitio, con sus rostros sonrientes,
permitían el paso de esa multitud de
gente y les indicaban el lugar en donde se encontraba enjaulada la
bestia. Aquellas personas curiosas, se encaminaron ansiosas al sitio señalado y
a través de una estrecha ventanilla,
dirigían su mirada hacia el interior de la oscura celda, llevándose la sorpresa
más grande de su vida.
El “pajarito” Vásquez, después de haber saciado su
apremiante curiosidad, retornó a su hogar, totalmente frustrado y avergonzado. En
tanto su esposa Doña Mélida, lo estaba esperando ansiosa, deseaba conocer algo de lo ocurrido, de sopetón le pregunta:
¿Es verdad lo que
comenta la gente, que el tal Shiro es horrible?
-¡Respóndeme por favor, deseo que me cuentes todo lo sucedido,
con pelos y señales!
Su esposo le responde: ¡Ten paciencia mujer, ya te voy a
contar toda esta historia¡ A continuación le detalló con todos los pormenores
lo que había observado y le recomendó discreción y que no lo comente con nadie,
añadiendo: - ¡Cuando los “operarios”
lleguen a laborar, quiero narrarles lo
sucedido, aspiro que me crean y vayan a conocer al Shiro! Concluyó riendo irónicamente.
A las ocho de la mañana el taller de sastrería de Agustín
Vásquez, abría sus puertas para recibir a sus clientes y operarios, estaba impecable, su piso
entablado bien barrido y en el ambiente
persistía un olor rancio a
tela chamuscada, como consecuencia de los constantes usos de la plancha
de carbón, alisando los finos trajes de casimir de los clientes.
El primero en llegar
al taller, fue José Ochoa, el más joven
del grupo, apodado el “coco”, muy sagaz
para interpretar las cosas y un obstinado
incrédulo difícil de embaucar, luego llegó Don Baltasar Jaramillo,
Luis “Patojo” Cartuche, Hilario
“indio” Cutuche y otro más. El maestro sastre los reunió a todos y les
platicó lo que había escuchado en la madrugada y todos coincidieron en decir que habían oído
en la calle el mismo comentario y estaban intrigados de la mucha gente que
acudían a la novedad.
Corroborando con lo
dicho el maestro dijo: - ¡Yo también fui a verlo, es verdad! -
Y los
exhortó: - ¡Vayan muchachos a conocerlo
al Shiro, es un ser horrible, lo tienen encadenado porque es
peligroso! ¡Dicen que van a traer unos
científicos para que lo estudien, se
especula que es el “Eslabón Perdido”, que durante mucho tiempo han buscado los antropólogos!, concluyó mintiendo el
hábil artesano, haciendo alarde de sus
conocimientos en Zoología, aprendidos en la escuela de los Hermanos
Cristianos. Motivados por las palabras
convincentes del maestro jefe y obtenido
su consentimiento, los operarios dejaron de lado sus faenas y marcharon presurosos
a conocer al extraordinario espécimen.
Cuando arribaron al recinto militar, observaron
boquiabiertos la cantidad de personas de diferente edad que entraban y salían de sus amplios
predios, como si fuera un recinto ferial.
También ellos, compenetraron al
lugar y
fueron siguiendo a otras personas
que iban por el mismo motivo y por el mismo camino.
José, el incrédulo
del grupo, junto con sus compañeros de jornada, se acercaron
al sitio mencionado y a través de una ventanilla, abierta en la pared de
la celda, observaron pasmados lo que había en su interior.
De pronto se escucha una imprecación, seguida de
palabras soeces:
¡Qué es esto! ¡Carajo mier...! ¡Es broma o chiste! ¡Donde está el Shiro! -dijo
José colérico y sus compañeros pedían lo
mismo.
¡Maldición…, nos embaucaron
como a niños! -dijeron todos a unísono.
Uno de los conscriptos, que prestaba vigilancia junto al
calabozo, muy tranquilo y orondo contestó sin inmutarse a las serie de
interrogaciones: ¡Señores aquí presentes, este es el Shiro! ¡Les pido de favor guarden la compostura
debida, porque lo pueden despertar y es peligroso! -concluyó diciendo el
conscripto, esbozando una picaresca sonrisa.
En estos instantes los ingenuos operarios de sastrería y
esa multitud de gente que acudieron para conocer al hombre-simio de los bosques,
descubrieron esta gran farsa. La mentada
criatura horrible y descomunal, arrastrada por la fuerte correntada del río,
era simplemente un joven conscripto, muy popular, apodado “El Shiro”, por su aspecto feo y grandulón. Como
el día sábado por la mañana, había salido con permiso o “franco” del cuartel Cabo Minacho. Unos
amigos que vivían en los derredores, en una casita aledaña al río, lo invitaron a tomar licor. Entre copa y copa
y al calor de los sentimentales pasillos de Cueva Celi, se embriagó por
completo, ya en la madrugada del siguiente día despertó aturdido y con el afán de llegar de prisa al cuartel
militar, se extravió de camino y como aún estaba ebrio, trastabillo y cayó dando volteretas,
terminando de bruces en la ribera del río, y ahí se quedó inmóvil, dormido con
la cara cubierta de fango y las extremidades
hundidas en el lodo. Vecinos del sector
que conocían al mencionado “conscripto” al encontrarlo derrumbado en la playa,
totalmente enlodado e irreconocible, inventaron
esta farsa, arreglándola a las circunstancias. Un distinguido profesor de
música, muy ocurrente apodado el “Caramanchel”, fue quien se dio el trabajo de acomodarla a su gusto y difundir esta patraña por toda la ciudad. Para entonces ésta mentira “piadosa” se había convirtido en una
noticia de primera plana y las muchas personas ingenuas que resultaron engañadas, al igual que el sastre y sus ayudantes, le fueron añadiendo hábilmente, comentarios inverosímiles, para estafar a otros pobres incautos y así de esa manera no ser
ellos, los únicos burlados.
Ya nuevamente de vuelta en el taller de sastrería, maestro jefe y operarios, reían jocosamente comentando
las consecuencias que los condujo en creer en los chismes de la gente. Uno de
los artesanos hizo una interrogante: - ¿Por qué jefecito nos embaucó a todos?
El hábil sastre le respondió, de inmediato:
¡Acaso creían Uds. que yo iba a ser el único pendejo que
quedaría burlado! ¡De ninguna
manera! -concluyó enfático.
Todos volvieron a reír de su ingenuidad, recordando aquella broma de mal gusto.
Esta broma graciosa ocurrió hace muchos años atrás y ya ha
sido olvidada por nuestros abuelos, pero
es muy gratificante recordar ese pasado,
que enriquece nuestras tradiciones.
“La curiosidad mató al gato”
“El sentido del humor consiste en saber reírse de las
propias desgracias”
FIN

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