lunes, 29 de septiembre de 2014

SHIRO EL HOMBRE–SIMIO DE LOS BOSQUES




Una antigua leyenda de nuestro folklore popular, cuenta de la existencia de una criatura de gran tamaño, con apariencia de simio,  conocido  como Shiro o squash,  que habita en los densos bosques  de  toda América. Algunos  cazadores  lo han visto  por casualidad y cuentan que es   difícil  sorprenderlo por la rapidez  como  se oculta. Pero por azares del destino, toda una comunidad, lo vio  por primera vez y  para   sorpresa  de todos,  se quedaron  estupefactos, ante su presencia. Este relato describe detalladamente los hechos que  ocurrieron, desde su hallazgo fortuito hasta  la captura  del  escurridizo  shiro u hombre-simio  de los bosques.
Esto sucedió por el año 1945, allá en la lejana ciudad de Loja, geográficamente encerrada entre los nudos de Cajanuma y Guagrahuma y la cordillera  oriental y occidental de los Andes, desde aquí, de la parte alta de estos macizos montañosos,  nacen dos cristalinos   ríos : el  Zamora y el Malacatos, que durante la   estación  veraniega  se presentan  apacibles.  Al contrario, en la estación invernal estos mansos  ríos, se transformaban en  caudalosos torrentes que  arrasaban con todo aquello que encuentra a su paso: gran cantidad de lodo, enormes piedras, árboles y animales.
Con la llegada del  mes de Julio, el inclemente invierno, en ésta zona  Austral, se torna riguroso, las fuertes precipitaciones, acompañadas de truenos y relámpagos provocan en la gente bastante temor y muchos empiezan  a orar  y a celebrarle misas al milagroso  “San Isidro Labrador” para que de favor  “quite el agua y ponga el sol “, otros  devotos recurren  a la quema de “ramo bendito”, para que el humo  apacigüe las fuertes tormentas. Sin embargo San Pedro, el portador de las llaves del cielo, no atina escuchar tantas plegarias de sus fieles.
Fue un día sábado, temprano en la mañana, en que se desencadenó un torrencial aguacero, como no había ocurrido en muchos años, que  se prolongó  día y noche  y  se extendió  hasta el amanecer del día domingo, parecía un verdadero diluvio.  Las estrechas calles adoquinadas de la urbe,  rebosaban de agua  y  ésta se escurría  al interior   de las viviendas  y  patios aledaños. De todos los tejados caían a manera de “hilos  plateados”, gruesos chorros de agua, que al chocar contra el suelo  provocaban un incesante y fastidioso  borboteo, únicamente con el advenimiento del nuevo día, amainó  la   tormenta.
  Fueron los bulliciosos chilalos y el canto destemplado de los gallos los que anunciaron un nuevo amanecer, eran las seis de la mañana. La lluvia había cesado por completo, pero en el ambiente flotaba una tenue  neblina que dificultaba la visibilidad y la temperatura se mantenía  baja. Solamente pocas personas se habían levantado temprano a realizar sus  quehaceres diarios, una de aquellas era el maestro sastre Agustín Vásquez apodado el “pajarito”, quien  estaba  en  pie, listo  para  poner en orden  su taller de sastrería y  emprender una nueva jornada de trabajo. Después  de haber  limpiado y ordenado el local, se dirigió muy apresurado   a la tienda de la esquina, donde la viuda de Cabrera a comprar varios panes de “suelo” y una  onza de café molido, con el deseo, de que su esposa Doña Mélida del Rosario le prepare, un rico café  “asustado”.
Mientras esperaba que la vendedora le despache su pedido, escuchó  murmurar  a un grupo de vecinos, situados  en la esquina adyacente, que comentaban de   algo inusual, esto    llamó  su atención. Como “pajarito tenía la fama “de saber y conocerlo todo”, se acercó a fisgonear. Disimuladamente se infiltró  entre ese grupo de parroquianos y escuchó atento lo que  contaba aquel hombre obeso de arrugado entrecejo: -¡les explico!  ¡Señores  hace  escasos  minutos, a  causa del torrencial  aguacero, que cayó  durante todo el día y la noche de ayer, el río Malacatos  formó  un gran aluvión, arrastrando desde la cima de la Cordillera gran cantidad de lodo, árboles y algo sorprendente, un extraño animal con apariencia humana, el denominado Shiro!”. Hizo una breve pausa y continuó narrando: ¡“Según los comentarios que escuché, este raro espécimen que fue  arrastrado por la creciente, en  la  madrugada, se halla tirado en la playa exánime, con  el cuerpo y el rostro  cubierto totalmente de fango, y lo más extraordinario de  éste ser, son sus enormes pies, que los tiene  de revés, es decir  el talón del pie esta para adelante y los dedos hacia atrás, de esa manera camina, lo mismo sucede con sus descomunales manos, que las tiene  de  reverso, todo aquello es inconcebible!  -concluyó diciendo el fulano y  luego añadió a manera de exhortación:
¡Vayan a verlo señores! ¡Dicen que ahí está semienterrado, sobre el fango, a la orilla del río!
El maestro Agustín se  quedó  pasmado por el insólito suceso que acababa de oír, estaba deseoso por conocer a aquel hombre-simio de los bosques. Inmediatamente recibió el pedido  de la tendera  y  se encaminó de prisa a su casa. Después de saborear su pocillo de café, se alistó para salir. Anhelante extrajo del interior de su antiguo ropero: el grueso abrigo de paño, su sombrero hongo, y  su infaltable bastón con empuñadura de plata, así elegantemente vestido, al igual que un “gentleman”, se dispuso a salir  a confirmar  lo dicho por aquel honorable ciudadano. Su esposa Doña Mélida  al verlo bien trajeado, a punto de marcharse,  le increpa contrariada - ¡No vayas Agustín!   ¡No seas curioso, no hagas caso de los chismes!
-¡No te entrometas en mis asuntos mujer¡ - responde el hombre, y sin escuchar más  comentarios, salió caminando con mucha prisa;  dando grandes trancos  alcanzó la calzada y casi volando como el viento,  fue  acortando metro a metro la enorme distancia que lo separaba del  sitio mencionado.
La noticia de que un Shiro había sido arrastrado por la creciente del río, en la madrugada, ya la conocía la mayoría de la ciudadanía, este suceso  se había divulgado como “pan caliente”.
Parecía un día de fiesta en la otrora  ciudad  “cajita de fósforos”, había grupos de personas que  iban  y otras volvían del lugar de los hechos. Los que lograron conocer  a la bestia descomunal, regresaban comentando y sonriendo, en cambio otros volvían serios y taciturnos, pero  no desaprovechaban la oportunidad  para exhortar a otras personas que  también iban a fisgonear.
-¡Vayan a verlo que ahí está!  ¡Es horrible está tirado exánime a la orilla del río!-  y luego  añadían explícitos:-  ¡Los expertos en la materia dicen, que no posee sexo, por ello  no se sabe  si es macho o hembra!-  Un  ciudadano  de aspecto honorable   también les comenta a las personas curiosas presentes que: -¡Los militares lo van a capturar y lo encerraran en  una jaula especial!
La gente que se conducía a la novedad, escuchaba  atónita los comentarios inverosímiles vertidos por aquellos,  que lo habían visto de cerca,  pensaban que eran  exagerados, sin embargo esto incitaba  más su curiosidad, por conocerlo. 
También “pajarito” Vásquez escuchaba fascinado los diferentes  comentarios  que expresaban las personas que se encontró a su paso. Casi agotado y sudando copiosamente, arribó al sitio indicado, lo primero que  se le ocurrió fue escudriñar toda la ribera  del rio y  su alrededor, finalmente  constató que a pocos metros del lugar  se encontraban un grupo de individuos  de pie, rodeando al extraño ser, que estaba  derribado e inmóvil en el fango.  Algunos curiosos lo observaban fijamente, y recorrían con la mirada todo ese enorme cuerpo y no salían de su  asombro, solamente movían la cabeza como signo de desaprobación. Otros con el  rostro y ceño fruncido, se limitaban  a observar las  extremidades de la bestia  y luego se sonreían a solas. El maestro  Vásquez se fue acercando al pie del extraño ser, con la intención de verlo   con sus propios ojos al escurridizo hombre-simio.  Lamentablemente  su primera impresión fue desagradable, sintió que la sangre se le subía al rostro y no pudiendo dominar su  ira, dejó escapar esta imprecación:
- ¡Carajo! ¡Mier...!  ¡Para observar esto, he tenido que caminar tanto!  Y prosiguió  diciendo: - ¡Yo me marcho de aquí!
El cuartel militar “Cabo Minacho” de esa jurisdicción, está localizado  fuera del perímetro urbano, muy cerca del lugar  de los acontecimientos. Por este motivo algún vecino de estos alrededores, preocupado porque no se altere  la paz y tranquilidad  ciudadana, se había dado el trabajo de informar personalmente, al Comandante de ésta Brigada, de la  presencia del  mentado Shiro, que estaba derribado de largo en largo en la rivera del río Malacatos.
Conocida la información pertinente, el Comandante de ésta Unidad, impartió la orden estricta que se lo capture antes que recupere el sentido y fugué del lugar.
Un piquete de soldados bien armados llegó  al sitio indicado y  de inmediato, aprehendieron al  “abominable hombre de los bosques”  y se lo llevaron al cuartel militar.
Algunos curiosos que estuvieron presentes cuando se realizó la captura, informaban  a aquellas personas que aún acudían a este lugar, que los militares se lo habían llevado encadenado de sus extremidades,  para encerrarlo en una “jaula especial”.
 Este  chisme se propagó nuevamente, ahora  la gente copaba la entrada al cuartel militar. Anhelantes solicitaban permiso en la “prevención” para poder ingresar. Unos conscriptos que hacían vigilancia en ese sitio, con sus rostros sonrientes, permitían el paso  de esa multitud de gente  y les  indicaban  el lugar en donde se encontraba enjaulada la bestia. Aquellas personas curiosas, se encaminaron ansiosas al sitio señalado y a través de una  estrecha ventanilla, dirigían su mirada hacia el interior de la oscura celda, llevándose la sorpresa más grande de su vida.
El “pajarito” Vásquez, después de haber saciado su apremiante curiosidad, retornó a su hogar, totalmente frustrado y avergonzado. En tanto su esposa Doña Mélida, lo estaba esperando ansiosa, deseaba conocer  algo de lo ocurrido,  de sopetón le pregunta:
¿Es verdad  lo que comenta la gente, que el tal Shiro es horrible?  -¡Respóndeme por favor, deseo que me cuentes todo  lo sucedido,  con pelos y señales! 
Su esposo le responde: ¡Ten paciencia mujer, ya te voy a contar toda esta historia¡ A continuación le detalló con todos los pormenores lo que había observado y le recomendó discreción y que no lo comente  con nadie,   añadiendo: - ¡Cuando  los “operarios” lleguen a laborar,  quiero narrarles lo sucedido,  aspiro  que me crean y vayan a conocer al Shiro!  Concluyó riendo irónicamente.
A las ocho de la mañana el taller de sastrería de Agustín Vásquez, abría sus puertas para recibir a sus clientes y  operarios, estaba impecable, su piso entablado bien barrido y en el ambiente  persistía  un olor  rancio a  tela chamuscada, como consecuencia de los constantes usos de la plancha de carbón, alisando los finos trajes de casimir de los clientes.
El primero  en llegar al taller, fue José Ochoa, el  más joven del grupo,  apodado el “coco”, muy sagaz para interpretar las cosas y  un  obstinado  incrédulo difícil de embaucar, luego llegó Don Baltasar  Jaramillo,  Luis “Patojo” Cartuche,  Hilario “indio” Cutuche y otro más. El maestro sastre los reunió a todos y les platicó  lo que había  escuchado en la madrugada y  todos coincidieron en decir que habían oído en la calle el mismo comentario y estaban intrigados de la mucha gente que acudían a la novedad.
  Corroborando con lo dicho  el maestro  dijo: - ¡Yo también fui a verlo, es verdad! - Y  los  exhortó: - ¡Vayan muchachos a conocerlo  al Shiro, es un ser horrible, lo tienen encadenado porque es peligroso!  ¡Dicen que van a traer unos científicos para que lo estudien, se  especula que es el “Eslabón Perdido”, que durante mucho tiempo han buscado  los antropólogos!, concluyó mintiendo el hábil artesano, haciendo alarde de sus  conocimientos en Zoología, aprendidos en la escuela de los Hermanos Cristianos.  Motivados por las palabras convincentes del maestro jefe y  obtenido su consentimiento, los operarios dejaron de lado sus faenas y marcharon presurosos a conocer al extraordinario espécimen.
Cuando arribaron al recinto militar, observaron boquiabiertos la cantidad de personas de diferente  edad que entraban y salían de sus amplios predios, como si fuera un recinto ferial.  También ellos, compenetraron  al lugar  y  fueron  siguiendo a otras personas que iban por el mismo motivo y por el mismo camino.
José,  el incrédulo del grupo, junto con sus compañeros de jornada, se  acercaron  al sitio mencionado y a través de una ventanilla, abierta en la pared de la celda, observaron pasmados lo que había en su interior.
De pronto se escucha una imprecación, seguida de palabras  soeces:
¡Qué es esto! ¡Carajo mier...!  ¡Es broma o chiste! ¡Donde está el Shiro! -dijo José  colérico y sus compañeros pedían lo mismo.
¡Maldición…, nos embaucaron  como a niños! -dijeron todos a unísono.
Uno de los conscriptos, que prestaba vigilancia junto al calabozo, muy tranquilo y orondo contestó sin inmutarse a las serie de interrogaciones: ¡Señores aquí presentes, este es el Shiro!  ¡Les pido de favor guarden la compostura debida, porque lo pueden despertar y es peligroso! -concluyó diciendo el conscripto, esbozando una picaresca sonrisa.
En estos instantes los ingenuos operarios de sastrería y esa multitud de gente que acudieron para conocer al hombre-simio de los bosques, descubrieron esta gran farsa.  La mentada criatura horrible y descomunal, arrastrada por la fuerte correntada del río, era  simplemente  un joven conscripto, muy popular,  apodado “El Shiro”, por  su aspecto feo y grandulón.  Como  el día sábado por la mañana, había salido con permiso  o “franco” del cuartel Cabo Minacho. Unos amigos que vivían en los derredores, en una casita aledaña al río,  lo invitaron a tomar licor. Entre copa y copa y al calor de los sentimentales pasillos de Cueva Celi, se embriagó por completo, ya en la madrugada del siguiente día despertó aturdido  y con el afán de llegar de prisa al cuartel militar, se extravió de camino y como aún estaba  ebrio, trastabillo y cayó dando volteretas, terminando  de bruces en la ribera  del río, y ahí se quedó inmóvil, dormido con la cara cubierta de fango  y  las  extremidades hundidas en el lodo.  Vecinos del sector que conocían al mencionado “conscripto” al encontrarlo derrumbado en la playa, totalmente enlodado e irreconocible,  inventaron esta farsa, arreglándola a las circunstancias. Un distinguido profesor de música, muy ocurrente apodado el “Caramanchel”, fue quien se dio el  trabajo de acomodarla a su gusto  y difundir esta patraña  por toda la ciudad.  Para entonces ésta  mentira “piadosa” se había convirtido en una noticia de primera plana y las muchas personas ingenuas que resultaron engañadas,  al igual que el sastre y sus ayudantes, le  fueron  añadiendo hábilmente, comentarios  inverosímiles, para estafar a otros  pobres incautos y así de esa manera  no ser  ellos, los únicos  burlados.
Ya nuevamente de vuelta en el taller de sastrería,  maestro  jefe y operarios, reían jocosamente comentando las consecuencias que los condujo en creer en los chismes de la gente. Uno de los artesanos hizo una interrogante: - ¿Por qué jefecito nos embaucó a todos?
 El hábil  sastre le respondió, de inmediato:
¡Acaso creían Uds. que yo iba a ser el único pendejo que quedaría  burlado! ¡De ninguna manera!  -concluyó enfático.
Todos volvieron a reír de su  ingenuidad, recordando  aquella  broma   de mal gusto.
Esta broma graciosa ocurrió hace muchos años atrás y ya ha sido olvidada por  nuestros abuelos, pero es muy gratificante  recordar ese pasado, que enriquece nuestras tradiciones.
         
“La curiosidad mató al gato”

“El sentido del humor consiste en saber reírse de las propias desgracias”

FIN


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